Una probadita de Ecobús, por @afuentese

Pues resulta que esta semana tuve que ir a una de las más hórridas zonas de la city –Santa Fe- y dije “¿qué tal que aprovechamos para hacer bonita #CrónicadeEcobus?” Ya que era ineludible ir al corazón del lejano poniente de la ciudad, no estaba dispuesta ni a pagar un dineral ni mucho menos a que me doliera TODA la columna vertebral por ir tanto tiempo sentada, sola y aburrida en el #taxi.

Así que muy mona dije: pos agarro Ecobús, pero desde el principio. A las 7am llegué a la Ciudadela para tomar va-cí-o mi transporte del día, y la fila ya estaba como para agarrar bolillos frescos. Primera sorpresa: la doble fila. Hasta pensé que ya había dos rutas de Ecobús, pero no, como todo en México, una era la vía formal y otra la informal.

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La primera fila, largalargalarga, era para subirse en orden y tener asiento, y la otra “para irse parados”. Atrás de mí, junto a la típica señito que se enchina las pestañas con cuchara, había un par de viejitos, que hicieron un cálculo rápido: “Nos vamos al tercer autobús que llegue”, dijo ella mientras compraba un par de panes con atole. “Ya me fregué”, pensé mientras disfrutaba de mi saludable manzanita.

Dicho y hecho, la fila de la formalidad avanzó en cuanto llegó el primer Ecobús, y se detuvo cuando los pasajeros no estuvieron dispuestos a ir parados. Luego avanzó la fila de la informalidad, y luego, lo de siempre: los gandallas que no se forman en ningún lado y se meten a golpe de codazos.

Al tercer bus, tal y como había predicho mi vecina de fila, pude abordar. Había pasado media hora y claramente llegaría tarde. Junto a mí, los parados, no se movían ni un poco. En un transporte que en su momento se presumió como ejemplo del México motherno y ágil, los pasajeros padecen los apretujones de siempre, y la lentitud exasperante de un sistema que sube y baja gente por la entrada y por la salida, sin distinción (“le pasa mi pasaje por favor”), aunque sin ambulantes, al menos.

Aunque iba cómodamente sentada, no podía más con el agobio y la falta de aire, así que en algún punto del trayecto me bajé… a la nada, ¡vaya susto! “Ora dónde agarro #taxi”, me pregunté al ver el páramo de esa zona de edificios: no se veía ni taxi libre ni de sitio en muchos metros a la redonda, ¿qué me quedaba?, ¿caminar? Por suerte, en ese momento pasó un claaaaasico chimeco, ¡sí!, un chimeco, y sin pensarlo estiré mi manita para hacerle la parada.

Así, toda asustada (jajaa, ¡en serio!) le pregunté si “iba derecho”, por suerte, iba. Me subí, pagué y vi que los pasajeros TODOS iban cómodamente sentados… Hice lo mismo: me senté en mullido asiento apeluchado y me sumé a los tantos y tantos chilangos que cada día “suben” a chambear o estudiar. Luego de tres horas de subida y tres de bajada, regresé a mi céntrico nido, del que no me vuelven a sacar, al menos esta semana… Eso sí, me bajé en #taxi.

( Alma Delia Fuentes)