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11/04/2021
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El presidente solo

Gay Talese, uno de los grandes periodistas del último siglo, ha volcado en sus libros y míticas piezas de revista un pensamiento habitualmente desplazado por el periodismo: un hondo y comprometido sentido de compasión sobre los personajes de sus historias. Uno de los principales y más recurrentes errores del periodista es convertirse en juez y no en un intérprete cuyo propósito sea explicar y hacer comprender a la sociedad las circunstancias de un político, un empresario o un deportista y en qué situaciones sucedieron ciertos episodios de su vida.

La compasión en el trabajo de Talese no es simplista: no pretende que sientas lástima por una mujer o un hombre, cualquier que sea su responsabilidad y su entorno, sino que entiendas los orígenes de las decisiones que tomó, que no tomó, y porqué lo hizo.

En El Perdedor, un célebre perfil sobre Floyd Patterson, el objetivo de Talese no es que te compadezcas de este boxeador cuya carrera fue un hoyo negro de derrotas, sino iluminar aspectos de la condición humana que suele olvidar el hombre cuando juzga: el miedo, la inseguridad, la contradicción, la duda, las tentaciones.

¿Qué se siente ser noqueado? pregunta Talese y Liston ensaya uno de los monólogos más estremecedores y luminosos en la historia del periodismo. Sin la compasión como faro y guía en esta historia, la condición de este boxeador se reduciría a una simpleza absurda: pierde porque es un perdedor. Talese lo salva de esa infamia y muestra una serie de elementos que te hacen entender una circunstancia más compleja.

En estos días he recordado a Talese pensando en el presidente Enrique Peña.

La división política del país es tan profunda que Peña es juzgado o defendido sin que medie un esfuerzo sereno e inteligente que se proponga revisar y entender la compleja circunstancia que enfrenta. Para unos es un estadista incomprendido y para otros un incompetente y un corrupto. Vemos el árbol y no el bosque y esta dicotomía nos priva de entender de manera integral su circunstancia y como resultado de esto, la circunstancia del país, la tuya, la mía, la de todos los mexicanos.

Muchos me preguntarán: ¿por qué es importante comprender a Peña?  ¿A mí que me importan los aciertos o errores del Presidente?

“Cuando al Presidente le va bien, al país le va bien”. Pronunciado por Carlos Salinas hace más de 20 años, este aforismo parecía cierto en el momento en que ocurrió, pero el tiempo descubrió que era falso: Salinas construyó una serie de reformas que condujeron al país hacia la modernidad, pero se desentendió del México de pobreza y desigualdad que nos estalló a todos en la cara con el levantamiento indígena de 94. Nos iba tan bien a todos –eso parecía– cuando en realidad estábamos tan mal. Después Salinas se resistió a devaluar –como había hecho López Portillo doce años atrás– y con Zedillo a todos nos fue peor.

Una vez en un encuentro fortuito en un aeropuerto, Carlos Monsiváis le dijo a Fidel Samaniego, cronista de Salinas en El Universal, que le debía al país la gran crónica del poder bajo la lógica salinista. El periodista murió años después, sin escribirla.

LEE LA COLUMNA ANTERIOR DE WILBERT TORRE: POPULISMO, CUESTIÓN DE MÉTODO

En estos días los medios de comunicación están repletos de periodistas y columnistas cercanos a Peña y a su régimen. Escriben sobre él casi siempre defendiéndolo, lo entrevistan y hasta comen con él en Los Pinos, pero no traducen al resto del país lo que ven y saben –quizá porque hacerlo contraviene sus intereses y las de los diarios, las estaciones de radio y las televisoras que representan– y al no hacerlo impiden que el país tenga una comprensión más amplia y honda y menos simple y superficial de la realidad que enfrenta el Presidente.

Existen mil hipótesis de cuál es la forma de gobernar de Peña: se dice que está secuestrado por un reducido grupo en el Gabinete, se jura que tiene aversión a hacer cambios en su equipo, se escucha cada vez con más frecuencia que sus hombres más cercanos se conducen guiados por intereses personales –entre ellos la sucesión– y no los del país, pero todos son especulaciones o mensajes de grupos interesados que usan a los periodistas y a los medios.

¿Por qué es importante entender a Peña y su circunstancia? Porque a todos nos afecta lo que el Presidente hace o no hace y cómo lo hace. Peña ha cumplido tres años y medio en el gobierno y cuando aún falta una cuarta parte para que concluya su mandato, todos los indicios apuntan a que las cosas se pondrán peor: las estadísticas muestran que los secuestros, asesinatos y extorsiones han crecido, el desempleo también, la crisis económica se agudiza, los escándalos en el gobierno se multiplican, las sospechas de corrupción oficial se ahondan…

Yo no conozco a Peña y he estado cerca de él sólo una vez cuando estaba en campaña y visitó los Estados Unidos, pero un par de elementos me hace suponer que el Presidente está muy solo o, peor aún, que está rodeado de gente a la que no escucha, que no le dice las cosas como son, o simplemente no le informa lo que ocurre a su alrededor.

El primer ejemplo tiene que ver con la casa blanca de siete millones de dólares, la residencia que no pertenecía al Presidente y su familia sino a Juan Armando Hinojosa, un constructor que ha recibido de los gobiernos de Peña en el Estado de México y en Federal contratos de obras por más de 50 mil millones de pesos.

En una conversación con los periodistas que lo acompañan en sus recorridos, Peña dijo que no encontraba nada indebido en haber solicitado al principal contratista de su gobierno que le construyera una casa.

¿Ninguno de los hombres y mujeres que lo rodean pudo decirle que podía caer en un conflicto de interés? ¿Que por lo menos sería mal visto?

Aparentemente nadie lo hizo o Peña no escuchó.

El segundo ejemplo parecería una broma pero no lo es.

Miles de personas han visto y reído con un video en el que Peña siembra un árbol y hace un desastre al echar la tierra fuera del espacio determinado.

¿Ni uno sólo de sus colaboradores fue capaz de decirle que era un acto simbólico y que bastaba con que arrojara una paletada?

Nadie lo hizo y Peña fue el hazmerreír. En la ambivalente retórica priista, no se trata de Peña sino de la institución presidencial, esa a la que tanto defienden y por la que dicen profesar tanto respeto.

Que Peña eche la tierra fuera de un árbol puede ser una anécdota. Pero el drama de un Presidente solo no lo es.

Porque si al Presidente le va mal, a todos nos va peor.

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Autor de "Narcoleaks" y "Obama Latino". Sus historias han aparecido en "Etiqueta Negra", "Gatopardo", "Letras Libres" y "El Mercurio" de Chile.