El país de la ferocidad republicana

El sábado, al leer en los diarios que Hilda García, empleada de la Secretaría de la Función Pública, había cenado caviar y champán en el restaurante Harrods de Londres, me vino a la memoria George Orwell. Me pregunté cómo habría descrito el autor del libro 1984, un detallista extraordinario de olores, texturas y suculencias, la explosión del sabor descarado del caviar y la anestesiante frescura del vino cosquilleando en la garganta de la mujer como un coro de ángeles.

Recordar la comida en las obras de Orwell me provocó un hambre que se disipó en unos segundos cuando tuve algo parecido a una negra epifanía: los finos manjares servidos a la mesa de García no convocan a una simple contradicción orwelliana –el escritor británico era tan austero que cultivaba los vegetales que consumía y fabricaba sus muebles– sino retratan algo que comenzó como una travesura, con las décadas se convirtió en un vicio y ahora ha alcanzado la dimensión de toda una infamia: la forma descarada, excesiva y ruin en la que los servidores públicos, ante todo aquellos tocados por la gloria de los altos rangos, comen, viajan, beben y gastan con desparpajo y factura al erario, a la cuenta pública, o mejor y llanamente dicho: al bolsillo tuyo, mío y de todos los mexicanos.

A la revelación de la opípara cena de García en Harrods, publicada por la agencia Reuters, siguió una declaración del secretario de la Función Pública, un hombre llamado Virgilio, cuya misión es vigilar el infierno de los excesos del servicio público en este México de crisis, ajustes de presupuesto y el dólar a una caricia de los 20 pesos: “A raíz de esta experiencia, la lección imperante es mantener una política de viáticos que garantice no nada más un ejercicio austero, sino que evite ostentaciones”.

García y dos funcionarios de la Secretaría de la Función Pública, explicó Virgilio, son investigados por excesos en el uso de los viáticos durante sus viajes al extranjero.

¿Qué significado tiene la declaración de Virgilio? ¿Qué representa en este país, en estas condiciones, que los funcionarios sean investigados por incluir en su lista de viáticos caviar y champán?

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En 1984, su gran obra, Orwell describe lo que Arthur Koestler llamó un horror lógico: Londres es una ciudad lúgubre en la que la policía del pensamiento controla de forma asfixiante la vida de los ciudadanos. Winston Smith es un peón en un engranaje perverso y su cometido es reescribir la historia para adaptarla a lo que el Partido considera la versión oficial de los hechos. Hasta que decide replantearse la verdad del sistema que los gobierna y somete.

El caviar y el champán servidos en la mesa de una funcionaria mexicana en Londres son la confirmación de la vigencia del Estado Orwelliano que el escritor predijo en 1984 como el destino nefasto en forma de distopía, un Estado en apariencia creador de bienestar, que en el fondo anuncia y representa el aniquilamiento de sus habitantes.

¿Qué falta cometió la señora García? ¿Ordenar caviar? ¿Pedirle al camarero que le sirviera champán? La señora García solo hizo lo que a un funcionario le permiten un conjunto de reglas ruines, inmorales y extemporáneas en un Estado que se asuma como moderno, justo y transparente: disponer de sus viáticos diarios por 450 dólares –8,280 pesos al tipo de cambio de ayer– para cenar como soñara, como se le viniera en gana.

Quizá algún mexicano recto, ejemplar y decente –esos que visten de manera impecable, no pronuncian insultos, pero viven a cuenta del erario– me dirá que García cometió el grave pecado de ordenar vino, cuando lo prohíbe la norma oficial.

¿En verdad solo de esto se trata? ¿A qué nos lleva y qué revela esta cena de caviar y champán en el Harrods de Londres?

A descubrir que si un ciudadano puede vivir con seis mil pesos al mes (Ernesto Cordero –ex candidato presidencial y senador– dixit), un funcionario mexicano necesita de manera insalvable de 8 mil pesos en viáticos para sobrevivir un día en el extranjero. De ese tamaño es el desprecio de la política y los políticos por el pueblo al que se supone que sirven.

A confirmar que estos excesos no se resuelven despidiendo a la señora García y sancionando a otros dos funcionarios. El problema es gigantesco, no implica a una secretaría, sino a todo un sistema de derroche, corrupción y complicidades extendido en el Gobierno Federal, los gobiernos de los Estados, los gobiernos municipales, los Congresos, el federal y los estatales, y -oh sí– los partidos políticos, algunos de los cuales funcionan como negocios o cofradías mafiosas.

¿Podrían pasar los secretarios, subsecretarios y servidores de alto rango de la administración peñista lo que podríamos llamar “la prueba del caviar y el champán”? A menos que las cosas se hayan modificado en esta administración, estos funcionarios continúan gozando, como hace una década, de gastos para comidas por más de 4 mil pesos al día, además de recibir vales de despensa y de gasolina.

¿Podrían pasar las señores y los señores diputados del Congreso Federal la prueba del caviar y el champán? Desde luego que no: en 2014, sin que mediara ninguna comprobación, gastaron casi 3 mil millones de pesos (lo hacen cada año). Sí, los diputados que hacen las leyes de este país, evaden el fisco al presentar recibitos de papel como sustento de las subvenciones –alrededor de 300 mil pesos cada uno– que reciben mes a mes.

La cena de caviar y champán en el Harrods de Londres debería llevarnos a los ciudadanos a presentar al Congreso y obligarlo a debatir y aprobar una ley de austeridad que entierre de una vez y por todas esta triste y asquerosa ferocidad republicana.