¿Y Ayotzinapa?

Se quedaron vacías.

Siete meses después de aquel infausto 26 de septiembre, pareciera que las manifestaciones en solidaridad con los normalistas de Ayotzinapa se quedaron vacías. O mucho menos concurridas. De aquellas calles desbordadas en la Ciudad de México y otros lugares del país, de los movimientos en diversos países del mundo, hoy apenas se reúnen unas cientas, si acaso pocas miles de personas, para protestar por la desaparición de los 43 estudiantes en Iguala, en Guerrero, en México. En las redes sociales del ciberespacio hay quienes intentan mantener la memoria viva, incluso todos los días. Pero parecen más esfuerzos aislados que la expresión de una indignación colectiva.

¿Ya se nos olvidó? ¿Tan rápido? ¿Tuvieron razón quienes apostaron por el #YaSupérenlo? ¿De veras las vacaciones de diciembre fueron suficientes para apagar el grito de encabronamiento social? ¿Todo fue obra apenas de unos “desestabilizadores”?

Si medimos “el éxito” de la protesta actual por la asistencia a las manifestaciones que aún corren, pareciera que sí, que ganó el olvido. Pero les tengo malas noticias a quienes eso creen (o celebran): el dolor y la indignación no se olvidan, se transforman. Se van acumulando como sedimentos, en capas de hartazgo y necesidad de cambio, hasta que alguna gota vuelva a desbordar el vaso. Sólo que cada vez que se desborda, lo hace con mayor contundencia.

El verbo que nos caracteriza a los mexicanos es “aguantar”, dice Clotaire Rapaille en “El verbo de las culturas”. Aguantamos y aguantamos hasta lo indecible. Pero sabemos también, como lo ha explicado de manera espléndida la Dra. Gabriela de la Riva, que hay un México emergente que quiere dejar atrás el derrotista “ya merito” para abrazar el “ya, aviéntate”, pasar de ser las víctimas eternas a articular un enojo creativo. No es una foto tan uniforme, entonces, no tan clara. ¿Se nos olvidó Ayotzinapa? ¿Ya lo superamos? Me atrevo a pensar que no, que se ha asentado como una capa más de nuestra irritación y que se manifiesta, también, en el creciente distanciamiento social con la política formal. Ya veremos.

Es natural que con el tiempo, con la inevitable toma por asalto de ciertos liderazgos frente a todo movimiento social, la movilización callejera tome otro ritmo. Hay que trabajar, hay que continuar con la vida cotidiana, no gusta aquello en lo que se convirtieron las protestas originales. Pero a 7 meses de aquel infausto día en Iguala, en Guerrero, en México, más que desaparecer, Ayotzinapa se ha traducido en una  sensación de fracaso e impotencia que se queda en el ambiente, a modo de grito sordo, pero latente. Lo dijo Ismael Bárcenas, el jesuita acá chidito. Y no puedo más que suscribirlo.