“El Frankestein de Rio de Janeiro”, por @Felpas

Cuando las autoridades echan a andar la fuente, la réplica de El David, de Miguel Ángel, se oculta entre fuertes chorros de agua (para alivio de las monjas del convento cercano, que dejan de verlo desnudo). Como casi siempre está apagada, el espejo de agua es un charco verdoso. En 1903 se llamaba Plaza Roma, en la fuente no estaba el David, sino un montículo de rocas. Nunca, que yo sepa, ha tenido ningún carnaval; aún así desde 1930 se llama Plaza Río de Janeiro.

Cuando yo era niño e iba al Colegio México, que está a dos calles, rodeábamos en auto la fuente, por la calle de Durango. Por esos años la clausuraron a la vialidad y yo llegué tarde a clases. La plaza se volvió ese parque de poco pasto y mucho adoquín, que no disimula el trazo de las avenidas originales. Hace un año le instalaron juegos infantiles de plástico, de colores, horribles.

Estaba en la plaza cuando se me acercó una estudiante a hacerme una encuesta para su tarea. ¿Qué tan seguido iba al parque? Bastante seguido. ¿Solamente iba a ese parque? No, también voy al Luis Cabrera o al Pushkin. ¿Qué me parecía en general el parque? Es agradable. ¿Qué me disgustaba del parque? Está muy sucio. Atrás: los basureros permanentemente desbordados.

Debí decirle que toda la colonia Roma está sucia. La cubre una pátina de envases PET, bolsas de plástico, excremento canino y los bidones que ponen los viene-viene. Según ellos, cada bidón da derecho de propiedad a dos metros a la redonda. El comandante que patrulla la zona –me consta– ha remitido a la delegación a vecinos por dejar sus bolsas de basura en las esquinas. Abandonar un bidón, un huacal, o una cubeta es dejar basura en la calle, ¿cierto? ¿Por qué no remite a los viene-vienes? Imagino al delegado de la Cuauhtémoc leer esto, reír de buena gana, y hacer todo su esfuerzo por no mover un dedo.

La encuestadora me preguntó qué me parecía el diseño de la plaza, qué mejoras le haría. Ni idea, dije, no soy urbanista. Pero ante la pregunta, la alegre placita se me reveló en todo su esperpento. No hay un diseño. Es una acumulación de 110 años de improvisaciones, algunas acertadas como el David, otras lamentables como los juegos. Hoy tenemos un Frankenstein. Claro, la gente, si hay espacio, lo usa con gusto; con o sin planeación. Organizan tianguis, los boy scouts lo toman por asalto los fines de semana, los niños juegan golpara en el callejón que fue avenida Orizaba, los vecinos socializan mientras sus perros se meten a empaparse a la fuente. ¿Usted socializa en el parque? No se me da.

Desde las alturas, la bruja cubista de la torre de ladrillos rojos del edificio Río de Janeiro, reía malévola: jua-jua-jua.

*Felipe Soto Viterbo nació en la Ciudad de México. Es autor de las novelas El demonio de la simetría, Verloso, artista de la mentira y Conspiración de las cosas. Es profesor de periodismo en la Ibero y de narrativa en el Claustro de Sor Juana.

(FELIPE SOTO VITERBO)