El sismo de 1985 en los ojos de Villoro, Fadanelli, Giménez Cacho y más…

En Máspormás reunimos algunos testimonios de lo que, personajes reconocidos en el mundo de la literatura, el periodismo, el teatro y el deporte, vivieron el 19 de septiembre de 1985, cuando un sismo de 8.1 grados Richter sacudió la capital del país. Aquí, sus palabras, sus historias, sus miradas.


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Juan Villoro (Escritor)

Cuando ocurrió el sismo, yo estaba en Tlalpan, zona que no es sísmica, pero donde también se sintió muy fuerte. Se fue la luz, también el teléfono. De inmediato pensamos que se trataba de algo de mayores dimensiones que las habituales.

Estaba dormido y el empellón me despertó. Compartía casa con José Enrique Fernández, que trabajaba en Discos Melody. Después del temblor él se dispuso a ir a su trabajo. Como no había luz pensé que podría haber problemas en la ciudad y le sugerí que oyéramos la radio en mi coche. Así lo hicimos y captamos a Jacobo Zabludovsky diciendo que el edificio en Arcos de Belén al que iba a trabajar mi amigo, se había venido abajo. José Enrique se salvó de chiripa, fue una de las muchas víctimas omitidas de esa jornada. Tenía 29 años.

Me incorporé como brigadista con los montañistas de la UNAM y dos cosas se me grabaron de inmediato: la devastación de la ciudad y la solidaridad de la gente. A veces se necesita una tragedia mayúscula para que la ciudad recupere su verdadero rostro. El dolor fue tan genuino como las señales de apoyo.

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Daniel Giménez Cacho (Actor)

Estaba en Alemania, en la gira de la obra Donna Giovanni, junto con mis compañeros. Nos enteramos de lo que había pasado en nuestro país cuando leímos los periódicos que decían: “El fin del mundo empezó en México”. Me encontraba en la oficina del teatro, donde llegaron los diarios con la foto del edificio de Tlatelolco hundido. Intentamos llamar a México sin éxito. Pocos días después supimos que a ninguno de los nuestros les había pasado algo. Tardamos aún varios meses en volver, así que no fuimos parte del movimiento solidario. Tenía 24 años.

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Mónica Lavín (Escritora)

Vivía en la colonia Juárez, en la calle de Versalles. Faltaban nueve días para que naciera mi primera hija, Emilia. De hecho, la tarde anterior, habían estado en casa mi hermana y mamá pintando el cuarto del futuro bebé. Sonó el teléfono poco antes de la hora del temblor, nadie contestó en el otro lado, y el piso se empezó a mover. Mi marido y yo quisimos salir, aterrados por un movimiento que nunca habíamos sentido antes. No podíamos meter la llave a la chapa. Pensé que el edificio se caía, y que moriríamos los tres, mi bebé sin nacer incluido. No me daba cuenta de que el edificio de junto se estaba cayendo como supe después. Descalza y en camisón salí de ese tercer piso, y en cuanto pudimos sacamos el coche del garage. Condujimos en un estado de pasmo y susto mientras nuestros ojos atestiguaban una desgracia que no precisábamos. El polvo rojo, un desorden, gente en piyama, una grieta por la calle de Frontera, tiradero en Chapultepec. No sabíamos que lo que veíamos eran los edificios que se habían caído. Tenía exactamente 30 años. Mi hija cumple dentro de unos días 30 años. Llevo, llevamos, la marca del día en que fuimos otros, yo y la ciudad. Del acontecimiento más impactante de mi vida. De eso he escrito, de cuando se juntó la muerte y la vida, y pronto se publicará.

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Raúl David Vázquez ‘Rulo’ (Director editorial de La ciudad de Frente)

Estaba en el camión de la escuela cuando ocurrió el sismo. Me acababa de recoger unos minutos antes. Se había detenido en la casa de una compañera. Yo iba sentado en el camión. Esto era en Contreras, donde no se sintió tan fuerte. Se vio el movimiento de los cables, pero en esa zona de la ciudad no ocurrió nada grave. Acabó el temblor y de ahí nos fuimos a la escuela, donde empezaba a circular información: “Se cayeron los televiteatros”, dijo algún compañero. Aún no era posible imaginar la magnitud del suceso.

Tenía 12 años. Me acuerdo mucho de una de las primeras réplicas: estaba con mis amigos viendo la tele cuando empezó a temblar de nuevo. Después de ver las imágenes del Centro, salimos corriendo despavoridos del departamento en el que estábamos. El temblor me marcó poco, pues los daños se dieron en una zona de la ciudad que para mí, a esa edad, prácticamente no existía. Rara vez iba al Centro o a la colonia Roma. Pero, curiosamente, el receso que nos dieron de una semana, sirvió para que todos los chavos de la cuadra nos hiciéramos amigos (no teníamos nada que hacer). Fue un grupo que duró muchos años.

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Regina Orozco (Cantante y actriz)

Vivíamos, mi pareja y yo, en Álvaro Obregón, en la colonia Roma, en un departamento que estaba a una cuadra de Insurgentes. Mi calle fue portada de (la revista) Paris Match como muestra del desastre.

En ese entonces tenía 21 años. Recuerdo que el movimiento y el ruido estruendoso me despertaron y que no podía mantenerme de pie, todo se caía y fue eterno para mí. Cuando acabó el movimiento, salimos a la calle con mucho miedo. Parecía una película del fin del mundo, había mucho polvo y un silencio aterrador. No estaban ya los edificios de pie, los coches estaban aplastados por los postes y se escuchaban gritos pidiendo ayuda bajo los escombros. Había un hospital infantil destruido; sólo quedaban piedras y vidrios rotos.

Lo único que se salvó de la calle fueron dos edificios, el nuestro y el de junto, y mi coche. Parecía una pesadilla. Al día siguiente tenía que salir de México a trabajar en una gira por Europa. Tomamos lo que pudimos: maletas, pasaporte y el perico. Tardé muchas semanas en recuperarme. Me levantaba gritando en la noche. No había comunicación de Europa a México y era desesperante puesto que hubo otro temblor al día siguiente, o dos, y no sabías si habías perdido a algún ser amado o si nuestro edificio se había derrumbado.

Nuestras familias recuperaron nuestras cosas con miedo de que desplomara todo de nuevo. Mi edificio quedó movido de un lado y sigue en pié en estos días (no se cómo). Lo rescatable de esta tragedia es que se demostró lo solidaria y amorosa que fue la gente en México.

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Miguel España (Exfutbolista)

Recuerdo que el sismo ocurrió una mañana que viajamos rumbo a Estados Unidos con la Selección Mexicana. Estaba esperando a Javier Aguirre. Él venía de San Jerónimo y yo estaba en mi casa, en Coyoacán. Esperaba en la banqueta y en ese momento comenzó a temblar. Vi cómo se movían los cables en las calles. Después, como todavía tardó en llegar Javier, subí otra vez a mi departamento y busqué unas figuritas que me había regalado mi mamá. Vi que estaban bien y las coloqué en un lugar seguro para que no les pasara nada si volvía a temblar.

Cuando llegó Javier, nos fuimos hacia el aeropuerto. Había mucho tráfico y caos, pero como él siempre ha sido muy intrépido, a la altura de la Central de Abastos se metió en sentido contrario y así se fue como un kilómetro. Por fin llegamos al aeropuerto y tomamos nuestro vuelo a San José, California, para enfrentar a Perú en un partido de preparación. Al despegar tampoco nos dimos cuenta de lo que había ocurrido en la ciudad.

Fue en Estados Unidos que nos enteramos de todo lo que había pasado. Al principio nos consternamos, pero luego supimos que nuestras familias no estaban mal y nos tranquilizamos. Al día siguiente regresamos a la Ciudad de México.

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Guillermo Fadanelli (Escritor)

La mañana del jueves 19 de septiembre me encontraba en la casa de mi familia, en Villa Cuemanco. Mi padre aún no se marchaba a trabajar. Yo estaba dormido en mi recámara. El movimiento telúrico provocó que el librero que se hallaba a un costado de mi cama cayera sobre de mí. Parece una mala metáfora. Pero así fue. Tenía la mitad de edad que tenía mi padre y los suficientes años para que un temblor no me atemorizara. Ya iba a la Universidad, a la Facultad de Ingeniería. Mi casa tenía buenos cimientos. Recuerdo que había transporte desde Cuemanco hasta Taxqueña. Después caminé y visité a mi abuela, quien vivía en la colonia Portales. Me cercioré de que estaba bien. Luego recorrí Calzada de Tlalpan y llegué hasta Izazaga y el Centro. No recuerdo nada que no pudiera imaginar. Destrucción, azoro y dolor. ¿Lo que más me afectó? Quizás el silencio, pero el silencio de la mirada.

(Fotos: Cuartoscuro / MxM)