“Los otros”, por @FlorMK

Encontrar un departamento decente y barato en el DF no es fácil, aun si está construido para derrotar los temblores: el factor decisivo son los vecinos. Hay que reconocerlo: en una ciudad inmensa como ésta, uno está obligado a convivir más cerca de lo que quisiera con el mundo; las voces, música y otros ruidos traspasan las finas paredes de las construcciones modernas y los edificios más accesibles son como pequeños palomares en los que conviven cientos de personas.

Que el lugar donde se vive es fundamental para mantener la fe en la humanidad lo aprendí hace un par de años.

El departamento era una ganga y estaba en la Condesa. No debía dar muchos papeles, estaría ahí por una temporada en lo que encontraba el lugar definitivo. Ubicado en una planta baja, era húmedo y oscuro, una construcción de los sesentas venida a menos. Los ventanales de la sala, cocina y cuarto se abrían desinhibidos hacia un patio interior que funcionaba como un panóptico de hospital mental: no había nadie en el edificio que no pudiera ver el interior del departamento.

Sin embargo, fuera de la lluvia de colillas de cigarros y otras pequeñas inmundicias, no había mayor noticia de esos vecinos, tan sólo de unos cuantos, ubicados en otras partes: la administradora, en el primer piso, quien solía dar largos paseos por el estrecho patio de cemento, como un perro que vigila su territorio y a quien saludaba espantada por la súbita aparición desde alguna de mis ventanas.

Estaban también el “viene-viene” que vivía de prestado en un cuarto de servicio: un hombre pequeño, de edad indescifrable y cuya comunicación se limitaba a una sonrisa de lado; el “señor de los gargajos”, un hombre superdotado para la expulsión constante y a prueba de jarabes de sustancias non-gratas, y un grupo de rusos ocasionales, una tropa flotante del báltico que vivía hacinada en un departamento y en la que sus miembros, siempre intercambiables, aparecían de vez en cuando entrada la noche.

Iba piloteando bastante bien mi sufrir. Sin embargo, un día una llamada telefónica de larga distancia puso al otro lado del teléfono la voz casi inaudible de un hombre hablando inglés forzoso y con tonada hindú que preguntaba por “ella”. “¿Quién?”. El hindú era un viejo enamorado de la anterior inquilina, más bien un stalker en plena crisis, que había decidido recuperar el tiempo perdido y buscar a una mujer que había conocido brevemente hacía una década. De las llamadas al asedio por correo no hubo más que un par de días.

Ante mi negativa de darle alguna información sobre la inquilina anterior, el hindú comenzó a asediarme con más insistencia. Un día, el stalker amenazó con su pronta llegada al DF. Vendría a mi casa. Me buscaría. Lo imaginé acechando desde la ventana del patio… ¿quién podría salvarme de esa situación? ¿El viene-viene, la administradora, alguno de los rusos? En esa galería de freaks que era el edificio —y de la que yo formaba parte— no podría contar con la ayuda de nadie.

Sin pensarlo mucho, me mudé al primer departamento que encontré disponible. Hasta ahora no ha aparecido ningún ser mitológico.

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Florencia Molfino es editora y reportera. Escribe sobre arte, arquitectura y sociedad. En la actualidad, prepara una estudio sobre cultura en México.
(FLORENCIA MOLFINO)