“Memorias de un ecobicista”, por Salvador Camarena

Sígueme en @SalCamarena Lo más cerca que he estado de hacer bicicleta de montaña ha sido en el Distrito Federal. No en el Ajusco, ni en algún paraje de Tlalpan. Para nada. No en la bici TREK que compré por allá de 1997, ni en la Cannondale que tuve luego ni en la Gary Fisher que tengo hoy. No. Mi vivencia más parecida a practicar bicicleta de montaña ocurre mínimo un par de veces a la semana en avenida Masaryk, en Paseo de la Reforma o en alguna calle de la colonia Roma, y siempre en una entrañable, pero torturante, Ecobici. Hace un par de meses cumplí mi primer año como usuario de Ecobici. Y no pasa semana sin que use mi tarjeta para cubrir trayectos que suelen durar entre 20 y 30 minutos. He detectado, y sufro, sus defectos comunes.

Los enlisto: Quizá el doctor Metta, mi quiropráctico desde hace diez años, aprobaría uno de los defectos más latosos de las Ecobicis. Ejercito sin querer la cadera cuando resulta imposible, y es muy a menudo, fijar el asiento para no ir con la cadera gire y gire porque el sillín ya no se mantiene en su lugar. A cada pedaleo uno está (mal) bailando merengue. El segundo defecto es más molesto aún. Y también es frecuente (una de cada cuatro bicicletas, según mi experiencia, tiene este fallo). Algo pasa con la cadena que brinca. En vez de ser un pedaleo continuo y terso uno va como zapateando pues llega un punto en que el pedal se adelanta de golpe. Resulta literalmente, como dicen en inglés, un pain in the ass. Y el tercer defecto es uno que no deriva de bicicletas que acusen desgaste alguno (por cierto, a muchas ya no les sirve el timbre).

El hecho de que estas bicicletas no tengan una suspensión a prueba de los baches de las calles del DF no necesariamente es culpa de la empresa que las hace ni de la que las gestiona. La suma de los tres defectos, porque se da el caso de que te toque una Ecobici con silla bailarina y pedales desajustados, hace que se note más que las calles de la ciudad son un desastre: una enorme colcha de parches y montículos. Y a pesar de esto, según el informe de movilidad que acaba de publicar la Comisión de Derecho Humanos del DF, los más de 45 mil abonados de Ecobici ya hemos realizado más de 5 millones de viajes desde que se lanzara el programa en febrero de 2010. En el informe de la CDHDF ya citado, se pide “ampliar el programa a cada vez más colonias de la ciudad, y vincularlo con las redes de transporte masivo (…) complementar este sistema con otros esquemas de bicicletas compartidas para usos específicos como escuelas o centros de trabajo, e instalar biciestacionamientos de buena calidad en las terminales de transporte público”. No suena mal. Pero mi propuesta para mejorar Ecobici es más modesta.

Sin nostalgia alguna por Ebrard, me gustaría que al menos una vez a la semana Miguel Mancera y su gabinete, en particular la secretaria de Medio Ambiente Tanya Müller, se movieran todo un día en Ecobici. Al tragar un poco de polvo y al lidiar con cafres constatarían que este gran programa ya acusa desgaste, que vale la pena no dejarlo caer y, de paso, pondrían los pies en la tierra, lo que les ayudaría a entender, entre otras cosas, que el pavimento ya no aguanta más, algo que desde la SUV todoterreno que varios tenemos no se nota. ¡Anímate y Opina! *Periodista, colaborador de El País, columnista en La Razón y sinembargo.mx.

(SALVADOR CAMARENA)