“Nuestro juicio de la verdad”, por @APSantiago

Mi memoria puede trazar imágenes poco exactas. Recuerdo que papá lo contaba con un dolor quizá atenuado por el tiempo, pero que también el tiempo había enquistado y dejado ahí, metido en su cuerpo sin sanar del todo: Roberto, su gran amigo de la juventud, se había alejado de él inexplicablemente a mediados de los ‘70, cuando ambos andaban en los veintipico de años.

Poco antes de que mis padres emigraran de Argentina en 1976 para venir a México, papá se topó de nuevo con él. Fue en una estación de servicio. Roberto era el despachador de gasolina, y papá un cliente. Tras un lapso sin verse, estaban otra vez frente a frente. Papá le habría dicho algo así como: “¿Por qué te alejaste?” La respuesta fue más bien evasiva. En ese momento Roberto era miembro del llamado Partido Comunista Marxista Leninista. Ese día se despidieron por última vez.

Ya en México, papá no supo más de él. O lo que supo por retazos de habladas fue que Roberto había desaparecido. Literalmente.

En México, la dictadura que Argentina sufrió bajo el poder de Jorge Videla -el genocida muerto hace unos días- se vivía con la negrura de la distancia, agudizada por lo que alguna vez dijo con cinismo el dictador: “Es un desaparecido, no tiene entidad, no está ni muerto ni vivo, está desaparecido. Frente a eso no podemos hacer nada”. Los exiliados sabían de aquellas atrocidades poco o nada.

Era en un tiempo en que la información provenía de una llamada de larga distancia con un amigo o familiar, con los riesgos de que un teléfono estuviera intervenido. Otra opción era ir buscar un periódico argentino, Clarín, por ejemplo, a algún local de Paseo de la Reforma. Aunque la prensa, amordazada por la dictadura o aliada de ella, en realidad no podía ser una fuente.

Alguna vez papá me dijo: “Quizá Roberto se alejó no por un problema conmigo, sino porque sabía que si nos manteníamos cerca algo que le podía pasar a él me podía pasar a mí. Era una manera de salvarme”.

Debieron pasar muchos años para que papá supiera algo de su amigo: con 31 años, Roberto fue secuestrado durante los días finales de 1977, llevado al centro clandestino de detención y tortura Pozo de Quilmes -instalación de la policía bonaerense-, y asesinado poco después.

Las leyes gubernamentales de Punto Final y Obediencia Debida, y los indultos del Presidente Menem, impidieron no sólo el castigo a los culpables del genocidio, sino que se supiera cuál fue el destino de buena parte de los miles de desaparecidos políticos. Como respuesta, surgieron poderosos movimientos ciudadanos. Uno de ellos, El Juicio por la Verdad, un procedimiento coordinado por abogados valientes mediante el cual la gente común ayudó a desentrañar lo ocurrido e incluso detonó que represores como el jefe policial Etchecolatz purgara prisión perpetua.

26 mil personas desaparecieron en México entre 2006 y 2012. Al gobierno parece importarle poco qué ha sido de toda esa gente. Y yo me pregunto si algún día habrá condiciones para tener nuestro propio Juicio por la Verdad.

¡Anímate y opina!

*Aníbal Santiago en sus inicios fue reportero de Reforma y otros diarios, y después pasó a escribir en revistas como Chilango, Esquire o Emeequis, en la que hoy hace periodismo narrativo. Ha sido profesor universitario y conductor de televisión. Premio Nacional de Periodismo 2007.

 

(ANÍBAL SANTIAGO)