Trabajar y votar, ¿misión imposible?

Isabel Patiño trabaja como panadera, pero este domingo encontró un trabajo extra: aplicar cuestionarios para encuestas de salida en las casillas; el beneficio económico tuvo un precio para el proceso democrático: no votar.

“Yo sí quería ir a votar, porque sé que mi voto cuenta” dice Isabel y comenta que durante la hora que le dieron para comer no podía ir a votar a Ciudad Nezahualcóyotl, a dos horas de su trabajo, en la colonia Condesa.

Abad Santos, capitán de meseros en un restaurante de la misma zona, pero que vive en el Estado de México, sí pudo votar, gracias a que su jornada empezó a las 11 de la mañana. “Me eché un baño, desayuné, fui a votar y luego ya me vine a trabajar, todo tranquilo… Creo que como ciudadano tengo la obligación y el derecho de votar”, dice.

Mario Flores, barista de un Starbucks, no tuvo la misma suerte que Abad. “Me siento muy apenado por no haber votado, siento que no puedo quejarme luego cuando no fui partícipe… No llegaba a votar ni yéndome en taxi”, explica.

En la Ciudad de México se instalaron 26 casillas especiales, donde podían votar aquellos ciudadanos que no se encontraban cerca de la casilla donde les correspondía emitir su sufragio. Cada una de estas casillas contó con 750 boletas.

Lorenzo Guzmán, vigilante de una tienda de conveniencia ubicada en la Condesa, tampoco pudo votar en una casilla especial, sobre todo porque su horario de trabajo es de 7 a 19 horas.

“Yo sí quería ir a darle mi voto a una persona” dice Eduardo Ramírez, valet parking de 21 años. A Eduardo le gustaría que sus patrones le dieran oportunidad para ir a votar, “pero si uno se los pide luego hasta se enojan”, dice.

El pasado viernes, el Instituto Nacional Electoral determinó exhortar a los empleadores -empresas del sector público, privado, turístico y en general a las demás asociaciones patronales y sindicales involucradas directa e indirectamente en áreas productivas o de servicios-, a dar facilidades a sus trabajadores para poder votar este domingo, sin embargo, para muchos, la realidad se impuso sobre los buenos deseos.

Fátima García, empleada de una cafetería en la condesa, sí suele votar, pero en esta ocasión no pudo. En su hora de comida no puede ir a votar a su casa, en la Álvaro Obregón.  “Sí me hubiera gustado ir a votar, pero no hay quién me cubra”.

(Amín López)