“Un bosque en pleno desierto”, por Diego Rabasa

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Para Nubia Macías y todo el equipo de chicas FIL

Hace unos años la editorial en la que trabajo intentó realizar un proyecto de promoción a la lectura con una gran corporación.

Cuando digo gran corporación me refiero a una de las más grandes del país.

De esas que tienen medios, tiendas de electrodomésticos, bancos, etc.

La idea era simple: diseñar una colección de clásicos, bien editados, que serían vendidos a precios muy accesibles.

Diez clásicos de la literatura universal, en nuevas ediciones con ilustraciones, a menos de cien pesos.

Superamos el escozor que nos causaba meternos en el bunker corporativo del gigante en cuestión porque nos parecía que la causa lo valía.

Avanzamos y avanzamos hasta que surgió la gran pregunta: “¿Es un proyecto rentable?“.

Suspiramos y nos miramos desangelados.

Para averiguarlo nos conminaron a participar en un focus group.

Veinte familias de nivel socioeconómico C y D (la sola idea de dividir los grupos humanos en estas categorías tendría que haber sido un aviso suficiente para desistir).

Entrevistas sobre hábitos de lectura con niños y con sus padres.

Por separado.

Resultados aterradores.

De los cuarenta adultos (veinte parejas) sólo una mujer dijo haber leído un libro en el último año.

Los niños no podían sostener la concentración en la lectura por más de cinco minutos.

Hace unos días el escritor David Toscana publicó un artículo en el New York Times titulado “The Country That Stopped Reading”.

En él, Toscana desnuda con mucha crudeza la realidad del sistema educativo mexicano.

Más allá de las tasas de analfabetismo en el país, los niños de las escuelas públicas de México salen de la educación primaria con niveles de lectura lamentables.

Con un nivel de comprensión similar al de niños de preescolar de otros países.

El daño a partir de ahí es muy difícil de subsanar.

La lectura en nuestro país agoniza.

Eso no es un secreto para nadie.

Hay pocos pero muy valiosos bosques que irrigan oxígeno a este maltrecho entorno.

Uno de ellos es sin duda la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

En esta ciudad, que dista mucho de tener el circuito de librerías o los índices de lectura del D.F. u otras ciudades Latinoamericanas, se lleva a cabo la feria del libro más grande del idioma.

Un evento en el que lo mismo conviven premios Nobel, con ensayistas y pensadores mucho más duros (se me vienen a la mente Rudiger Safranski y Roger Chartier para mencionar sólo dos), artistas gráficos, cineastas y autores de grandes ventas.

Esta semana la que fue su directora por la última década, Nubia Macías, dejó el cargo sorpresivamente.

Ella y un equipo de trabajo espectacular han mantenido este evento a la altura de cualquier evento literario en el mundo.

Con un constante afán de renovación.

Con la sensibilidad de escuchar propuestas nuevas y de atender las necesidades de los editores gigantes y de los más pequeños.

La feria es un referente en el continente y un bálsamo que permite que en los momentos de mayor angustia en la industria editorial, lectores, editores, escritores, libreros, bibliotecarios y muchas personas se reúnan para festejar uno de los instrumentos de transmisión de conocimiento más geniales que se han inventado en la historia de la humanidad: el libro.

¡Anímate y Opina!

*Diego Rabasa es parte del consejo editorial de Sexto Piso y del semanario capitalino La semana de Frente.

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