“Vivir y morir bajo el volcán”, por @Felpas

Fue a principios de 1996, si no mal recuerdo. Para un reportaje del periódico universitario acompañé a un amigo a investigar sobre los pueblos que vivían en las faldas del Popocatépetl. El más cercano al cráter, a sólo 12 km, se llama Santiago Xalizintla, del lado de Puebla. Si el hielo de los glaciares se derritiera, sería el primer asentamiento en ser alcanzado por la avalancha de lodo.

Alrededor de las cuatro de la tarde llegamos a ese enclave boscoso, con casas de paredes desmoronadas, de adobe. La paja de los oyameles y ocotes alfombraba la carretera. Un viento helado bajaba por las laderas, la nube del volcán ensombrecía el cielo.

Un joven de veintipocos, alto, recargado en un costal de cemento, pasaba la tarde sentado afuera de su negocio de materiales para la construcción. El negocio, recién pintado, desentonaba con el resto del pueblo.

–¿Eres de aquí? –preguntamos.

–Yo sí… ustedes no son de aquí.

Le explicamos el motivo de nuestro viaje. Por respuesta, una media sonrisa.

–¿Cómo es vivir a las faldas del volcán, no les da miedo? –nuestras preguntas, lo reconozco, eran como de estudiantes de periodismo. Bueno, eso éramos.

Un perro flaco de ojos tristes se acercó a olfatearnos, luego se echó junto a él.

–¿Miedo? No –dijo–. Goyo nos cuida. Estamos bien, de aquí somos. Si estamos aquí es por él. ¿Ustedes también están aquí por él, no?

–Pues… sí.

–Bueno, aquí todo es por él.

Hablaba lento. Dejaba que el sol lo calentara, que las palabras se le formaran hasta que las dejaba salir.

–La lava que arroja, la ceniza, fertiliza la tierra. Aquí él da la vida y la quita. El día que ya no quiera que estemos aquí, aquí nos morimos. Goyo sabe lo que está pasando. Él se pone así por los talamontes, por las cosas que están pasando. Por eso hace erupción. Así lo dejan tranquilo y vuelve el bosque a repoblarse.

¿Cómo lo sabía? Porque Don Gregorio se aparecía a veces por el pueblo, como un viejito campesino.

Había en las palabras del joven una tranquilidad que no parecía de este mundo. Nos contó que toda su infancia transcurrió en ese pueblo. Ya adulto fue a la ciudad para estudiar, pero no le gustó. La ciudad no era un sitio tranquilo.

–Los de Protección Civil vienen a cada rato, pero no nos vamos a ir. Acabo de abrir este negocio. Hace… tres días.

–¿Tres días?

–Me acabo de casar –sonreía.

Ahora que lo rememoro, y no exagero, tal vez ese hombre ha sido el tipo más tranquilo y risueño que he conocido en mi vida.

–Oiga, ¿y ya ha tenido clientes?

–No. Pero ya vendrán.

Al partir, el sol extendía la sombra volcánica hasta cubrir el valle de Puebla. Nunca más he vuelto.

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Felipe Soto Viterbo nació en la Ciudad de México. Es autor de las novelas El demonio de la simetría, Verloso, artista de la mentira y Conspiración de las cosas. Es profesor de periodismo en la Ibero y de narrativa en el Claustro de Sor Juana.

(FELIPE SOTO VITERBO)