¿Aumento o tara?

El pasado 15 de octubre en la Cámara de Diputados se aprobó la Ley Federal de Derechos que, en lo que compete a recintos culturales, en específico los museos del INBA y algunas zonas arqueológicas, se traduce en un aumento del doble o triple al costo de la entrada. En términos prácticos, lo que se hizo a través de la iniciativa fue reducir la clasificación de los recintos por áreas temáticas, de seis a tres categorías, que se pueden leer así: Museos Históricos (promedio de acceso $60), Museos emblemáticos ($45) y Centros Expositivos ($30).

Para el general de quienes cotidianamente frecuentan estos espacios, quizá la iniciativa no sea escandalosa o significativa —la clase media que siempre termina pagando todo porque “no hay de otra”—. Pero, ¿qué hay de la eterna lucha de los museos por generar y formar nuevos públicos?, ¿qué hay de aquellos a los que la escalera de la ascensión educativa y cultural les pone obstáculos cada vez que creen poder subir un escalón más?

Y no nos confundamos, la Ciudad de México no es París, Nueva York o Madrid, donde los museos tienen precios de entrada elevados pero hay una relación entre los ingresos de su población fija y el gasto cultural, donde, además, se valen de otras estrategias de mercado para mantener y atraer nuevos públicos y generar una afluencia informada.

La Ciudad de México se presume como la que tiene más museos del mundo, llegando a contar más de 150 recintos oficiales, sin embargo, su presupuesto para cultura en este 2015, — por lo menos en el caso de Conaculta, de quien depende el INBA— es de 7 mil 292 millones de pesos, mientras que para 2016 se pretende una asignación de 5 mil 342 millones, un recorte de 26%, sin mencionar que este presupuesto se diluye también entre deportes y otras actividades de “entretenimiento” —lo que sea que eso le signifique a los funcionarios en turno—.

Ojalá que el asunto fuera tan fácil como medir las experiencias artísticas y educativas en pesos, pero no, por fortuna —o desgracia—, pareciera que la oferta general de los museos —que además están más preocupados por su conteo de espectadores que por lo que presentan y discuten— en México se aleja más de la verdadera vanguardia cultural: los ciudadanos de a pie, esos a los que Umberto Eco critica por discutir la sustancia de vida fuera de los pedestales.