#columna I Adiós a la complejidad

Hay al menos tres películas juntas en Batman v Superman: El origen de la justicia (Batman v Superman: Dawn of Justice, 2016). Una es la que escribieron Chris Terrio y David S. Goyer; otra parece haberla escrito el departamento de marketing de Warner Brothers; la última es la que dirige Zack Snyder. La primera dicta una mayor complejidad en el desarrollo de sus personajes. Batman (Ben Affleck) y Superman (Henry Cavill) son personas con biografías y enseñanzas, ideales y traumas, quienes buscan, de maneras distintas, la justicia en el mundo. El sólo hecho de enfrentarlos nos habla de la dificultad de definir y ejercer el bien.

Desafortunadamente, la película se diluye hacia la segunda mitad en una serie de anuncios casi publicitarios donde algunas apariciones especiales nos afirman, primero, que Batman v Superman es meramente un preludio para La Liga de la Justicia (The Justice League Part One, 2017) y, segundo, que esta película no es más que una comodidad. Si al principio el filme intenta dar un mayor realismo psicológico al cine de superhéroes, el resto es una anulación de sus logros, definida por giros en la trama y acciones inverosímiles que detraen la realidad a la que aspira el tono aparentemente maduro.

Zack Snyder intenta darle coherencia a las contradictorias intenciones de guionistas y productores pero fracasa. Su trabajo, como ya lo hemos visto en Watchmen (2009) y El hombre de acero (Man of Steel, 2013), suele convertir historias inteligentes en productos comercialmente atractivos —ordinarios y brutos— bajo un disfraz de originalidad visual. Esto me parece un insulto a la inteligencia del público, que si bien no tiende a ser exigente, tampoco merece recibir, en este caso, The Dark Knight Returns, de Frank Miller, en una versión donde toda la complejidad se desdibuja.