El antropólogo del poder

Entrevista con el periodista estadounidense Jon Lee Anderson.

Jon Lee Anderson es uno de los periodistas más importantes en todo el mundo. Sus crónicas de guerra de Irak, Siria, Afganistán o Libia, por poner ejemplos recientes, son textos clásicos sobre dichos temas que han contribuido a darle forma a la narrativa histórica de nuestros tiempos.

Además de sus incursiones en zonas de conflicto y de su clásica biografía sobre el Che Guevara, Jon Lee ha realizado perfiles de personajes como Hugo Chávez, Fidel Castro, Gabriel García Márquez, el antiguo rey de España Juan Carlos y muy diversos líderes y dictadores africanos, que nos permiten entender las zonas más recónditas y profundas de la condición humana en su perversa y fascinante relación con el poder. Durante el fin de semana pudimos conversar con él alrededor de su libro más reciente Crónicas de un país que ya no existe. Libia, de Gadafi al Colapso, y de otros temas de su muy amplio y cautivador repertorio.

Uno de los aspectos principales de tu trabajo se centra en las personas que detentan el poder. De unas décadas para acá, la hegemonía política ha ido sucumbiendo ante la hegemonía financiera. Pareciera que el poder económico está por encima del poder político y que en última instancia los líderes políticos van teniendo cada vez menos injerencia. ¿Estás de acuerdo con esta idea?

Hasta cierto punto sí. Hay países como Rusia en el que no son dos cosas distintas. Porque Vladimir Putin es algo así como el CEO de un país que a la vez es una gran compañía. Bien podría llamarse Putin y amigos Sociedad Anónima. Pero además de este caso particular en occidente hace 50 años habría sido difícil observar el grado tan alto de pleitesía que hoy los presidentes le hacen a grandes magnates mundiales. En uno que otro caso pasaba, por ejemplo con Henry Ford, por poner un ejemplo, pero no era algo tan habitual como ahora.

¿Cómo es trabajar en sitios como en Libia en los que no puedes confiar en las fuentes de información?

Te cuento de la experiencia en Libia para darte un ejemplo. Ahí yo aprendí muy pronto que no podía confiar en nadie. Esto curiosamente me obligó a ir al frente de batalla no sólo para saber lo que estaba pasando sino en aras de mi propia supervivencia. Iba al frente para conocer la verdad porque no podía fiarme de nada de lo que sucedía a mi alrededor. Hubo una ocasión -esto es algo que no aparece en el libro- en la que yo increpé a los líderes de la revolución durante una conferencia de prensa por la información que estaban dando. Durante un momento particular en el conflicto ellos aseguraban que la ciudad de Alsacia no había caído pero yo sabía que sí porque incluso varios de mis colegas habían sido capturados. Así que en frente de todos los medios internacionales yo los interpelé para decirles que estaban mintiendo y eso significó una ruptura. Hasta ese momento yo había creído en ellos a pesar de la incertidumbre que se vivía por todas partes. Después de ese episodio entendí cómo estaba la situación, yo tenía que arriesgar mi vida yendo ahí donde estaban ocurriendo los hechos para poder sobrevivir. Avanzaba hasta que me encontraba rodeado de misiles y tiros y entonces veía dónde estaba el frente y qué estaba pasando. Y bueno, ahí ya me daba la media vuelta y volvía (risas).

Durante tu charla con Javier Solórzano dijiste que México es un país demasiado grande y diverso como para ser considerado un Estado fallido aunque ciertamente tiene muchas características que nos permitirían definirlo así. Uno de los aspectos fundamentales que señalaste es la desconfianza total que tiene sobre todo la población con espíritu crítico con respecto a su gobierno. Aunque estoy de acuerdo totalmente con tu diagnóstico me pregunto si hoy en día un ciudadano aún puede confiar en su gobierno en otras partes del mundo. Las potencias occidentales se mueven con una inmensa hipocresía promoviendo unos valores en casa y otros fuera, ¿no es así?

Tienes razón aunque hay países en donde están más logradas las condiciones de vida. Ahora, es cierto lo que dices. Los suizos, por ejemplo, me parecen uno de los países más hipócritas en todo el mundo, nefastos. Se lava todo el dinero del mundo ahí. Los suecos, otro ejemplo, tienen una de las industrias armamentistas más potentes en el mundo y esas armas muchas veces terminan en manos de tiranos, terroristas o, por ejemplo, el Estado Islámico. Ellos, por poner un ejemplo, ahora tienen cientos de autos de combates norteamericanos que tomaron de Irak, tienen helicópteros y tanques de última generación. Bélgica es otro ejemplo puntual, exportan millones en armas. El dinero que salía durante décadas de dictadores africanos iba a parar a occidente. ¿Y tú crees que los suizos se preocupaban por el origen de ese dinero, por el saqueo tan brutal de donde provenía? ¿Alguien se ocupa de dónde viene el dinero de muchos compradores rusos o chinos que van a Londres o Nueva York a hacer compras millonarias de bienes raíces? El dinero de muchos magnates rusos, puntualmente, ¿nadie sabe que el dinero que llegan a derrochar es robado del patrimonio de su país? Cuando el hijo del dictador Obiang de Guinea Ecuatorial iba a comprar mansiones en Los Ángeles, ¿alguien objetaba algo? ¿No es como ser cómplice de alguien que es igual o peor que cualquier narco? Tienes razón es algo muy hipócrita. Ahora mismo estamos en una etapa en la que el pragmatismo es la lógica imperante.

En años recientes las nuevas tecnologías y las redes sociales han promovido debates acerca del futuro del periodismo. No obstante, como tu más reciente libro puede constatar, no es lo mismo que haya muchas voces a que haya mucha información. Es difícil distinguir entre tantas opiniones muchas de ellas movidas por intenciones puntuales o por factores como el miedo o la ignorancia, la información valiosa. En este sentido, ¿no crees que el tipo de trabajo de investigación y crónica de largo aliento que tú realizas se vuelve cada vez más importante?

Sí. Las nuevas tecnologías sirven para sustituir, digamos, al boletín informativo. Pero para quien tenga una inquietud de ir más allá de simplemente consignar información ahora se acercan a nosotros. Incluso te puedo decir que ahora somos más consultados que antes, somos referentes más habituales. Hay otra tendencia muy grande a la creación de nuevos medios, en este sentido la atención está un poco fragmentada y en mi experiencia los medios que apuestan aún a la profundidad como el New Yorker adquieren una relevancia aún mayor. Hay una vorágine de información siendo alimentada cada momento. Muchas veces todo se mueve tan rápido que no es fácil detectar lo importante. Hay que saber detenerse cuando es necesario para poder mirar. Por eso los libros aún tienen cabida. No sólo se trata de consignar lo que sucede sino de pensar en lo que los hechos significan y representan.