La gracia de ser chistoso

Twitter es la nueva televisión abierta. Con esta idea concluyó el debate que sostuve hace unos días con algunos exusuarios que, bajo el argumento de que ya no es lo que era, abandonaron el Time Line. “Ese es debate de 2013, ¿no?”, reviré en tono sarcástico, y lo creo, pero es un hecho que desde hace un par de meses, si no años, Twitter ya no es lo que era en aquellos 2009-2013. Cuatro grandes años de gloria en el que era el espacio ideal de revuelta de pensamiento, de grandes discusiones con argumentos. Hoy es triste entrar y ver que cada vez hay menos noticias retuiteadas y comentadas con enlaces que llevan otros materiales de opinión. Pueden verme como la abuelita del Twitter, pero es que cómo identifico esta sensación hoy con lo que Javier Martín Melendez describiera en 2012 que es, desde hace décadas, la televisión abierta: “El negocio del prejuicio donde se pone al espectador por encima del personaje que aparece en televisión (ya sea anónimo o famoso)”. Es cierto que en este caso no hay un personaje a cámara, pero el prejuicio, la falsa superioridad moral y el dedo que apunta están. No es tema nuevo, lo que sí alarma con cierta frescura es que la piedra angular que dirige el grueso de los tuits se base en alimentar toda clase de prejuicios. Ya no basta con burlarse del iletrado, del pobre, del moreno, el loco o el diferente. El asunto se ha sofisticado y ha mutado, a grandes rasgos, al argumento de la libertad de expresión y al derecho al humor. Pero para el humor también hay reglas sociales claras, debe haber elementos comunes entre quien hace el chiste, quien se ríe de él y, sobre todo, de quien lo carga a sus costillas. No se trata de dejar de ser gracioso, porque para eso se necesita talento y hay pocos que provocan risa sin pena, pero habría que cuestionar y distinguir que no es lo mismo un meme que un mame, dicho de otro modo: tener presente que en la risa va implícita la deformidad de nuestra propia cara.