La reivindicación de las máquinas

Hace más de cien años, cuando Porfirio Díaz se retiraba al exilio y Francisco I. Madero se convertía en presidente de nuestro país, en la Ciudad de México se fundaba La Vasconia, una empresa dedicada a la fabricación de instrumentos de metal para la cocina. Por la calidad de sus productos y su rápida expansión, se convirtió muy pronto en líder en la manufactura de estos artículos en toda Latinoamérica. A la par de la consolidación de La Vasconia, en los Estados Unidos (específicamente en Chicago) se construían unas máquinas enormes que sirvieron para la fabricación de armamento militar y que, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, viajaron a nuestro país para incorporarse en las fábricas de la empresa mexicana en Azcapotzalco como máquinas para hacer materiales de cocina. Esta fue la primera vez que estos grandes artefactos cambiaron de función para volver al servicio.

Luego de casi un siglo sirviendo para crear las herramientas típicas de nuestras cocinas, esta maquinaria vuelve a cambiar su naturaleza para convertirse en arte. La idea de dotar a estos monstruos de metal de una nueva vida surgió hace más de cuatro años, pero tuvieron que juntarse muchas cosas (y encontrar a las personas indicadas) para que este proyecto se consumara. La chispa de este proyecto surgió de José Ramón Elizondo Anaya quien, además de ser presidente del Grupo Vasconia, tiene un claro interés en el arte plástico y la reivindicación de los objetos. El regiomontano, al plantearse la duda de qué hacer con la maquinaria de posguerra retirada de la producción, tuvo la respuesta siempre clara: arte. Generalmente, cuando estos aparatos cumplen su ciclo, se mandan a fundir y dejan de existir, pero a José Ramón no le gustaba la idea de que estos objetos con tanta historia desaparecieran sin dejar rastro. En este punto se encontró con Isaac Masri, un personaje de nuestro país muy complejo, pues además de ser odontólogo es uno de los promotores culturales más influyentes en la actualidad en lo que a intervención del espacio público se refiere. Su papel en este proyecto fue fundamental, pues se convirtió en el puente entre los sueños de José Ramón Elizondo y el artista que transformaría unas rudimentarias piezas de metal en arte: Vicente Rojo.

VROjo

El pintor y escultor catalán-mexicano, también interesado en la apropiación de los espacios urbanos, se enamoró del proyecto desde el primer día que vio los equipos en el almacén de La Vasconia y les dio el sí inmediatamente. Rojo se propuso intervenir estas 21 piezas de entre dos y cuatro metros con elementos actuales sin ignorar la gran historia que tienen, es más, resaltándola con colores primarios y respetando sus formas. El trabajo del artista tomó dos años, y el resultado fue un conjunto de esculturas de acero que, una vez detalladas, buscaban lugar para instalarse. En este momento del proyecto, apareció la última pieza clave de este engranaje: Horacio de la Vega, expentatlonista olímpico mexicano ahora Director General del Instituto del Deporte del Distrito Federal, quien les contó a Isaac Masri y a José Ramón que justo en el Autódromo Hermanos Rodríguez querían incorporar un rincón cultural, y que además se acercaba una fecha clave que podrían aprovechar: el Gran Premio de México de la Fórmula 1. Aún con el tiempo encima y las complicaciones que puede tener mover esos enormes pedazos de metal, las esculturas se montaron y se construyó el espacio escultórico La Fábrica.

Después de cuatro años, desde que nació la idea hasta que se inauguró, el trabajo de todos los involucrados se ve recompensado con un nuevo espacio que trata de hacer convivir al arte con el deporte y al presente con el pasado. Además de ser un lugar para la relajación, La Fábrica reflexiona sobre la historia de los objetos y nuestra relación con ellos. Pero, sobre todo, sobre la reutilización y las segundas oportunidades. Estas máquinas de hace casi 100 años habían perdido su utilidad e iban a dejar de existir, pero gracias al trabajo de recuperación de este equipo de empresarios, artistas y promotores, estas estructuras podrán ser apreciadas fuera de la planta de producción. Para José Ramón Elizondo, La Fábrica es una reivindicación de los materiales que construyeron nuestra nación y un acercamiento a nuestro pasado a partir del metal y el arte plástico.

Para conocer y entender estas esculturas no necesitas ser un erudito del mundo artístico; precisamente estas piezas están creadas para generar reflexión en cualquier tipo de visitante de la Magdalena Mixhuca que, en un ratito de cansancio, se siente a relajarse y a convivir con esta instalación que llegó al Autódromo para quedarse.

Si planeas darte una vuelta por el Gran Premio de México este fin de semana, no desaproveches la oportunidad de mirar a detalle las esculturas de Vicente Rojo, que explican su visión del mundo, pero también un poquito de nuestro pasado como mexicanos.