Macbeth

Ningún Macbeth que veamos es el que escribió William Shakespeare. No lo es porque cada actor que lo representa, cada director que lo interpreta y cada guionista que decide reducirle o añadirle diálogos reinventa constantemente la obra del Bardo. Quizá sólo el Macbeth que leemos es el original pero en nuestra imaginación adquiere una voz, una altura, un rostro distinto. No es estéril medir una interpretación nueva contra su versión original, pero en el caso del Macbeth de Justin Kurzel y Michael Fassbender me parecería una incomprensión de lo que ha creado el director.

Macbeth (2015) no es una reinterpretación del texto de Shakespeare sino una apropiación de su tono: una visión apocalíptica del poder y de los cadáveres que lo alimentan. Más que ahondar en las razones del homicidio mediante una dramaturgia compleja, Kurzel nos presenta la tragedia de matar en asombrosas imágenes que representan la conciencia de su protagonista. En sus secuencias bélicas el tiempo frena sin detenerse del todo y nos encontramos ante una pintura viva que describe el horror con belleza. Las brujas que profetizan el ascenso de Macbeth parecieran dictar la fotografía cuando dicen: “Lo horrible es hermoso”.

Kurzel, un visionario nato, se muestra indeciso al principio: ¿narrará la historia o nos la mostrará con sus extraordinarias dotes visuales? Pero pronto adquiere la confianza y el equilibrio necesarios para introducirnos al fin del mundo. Si su primer largometraje, Snowtown (2011), padeció sus carencias como narrador, Macbeth nos muestra a un Kurzel decidido a compensarlas con sus imágenes, desde el
ambiente claroscuro en una coronación hasta un atardecer de fuego donde se desvanece la forma humana. Su madurez artística no está consumada en este filme, pero puede considerarse muy próxima.