Melquiades Herrera: peatón profesiona

Qué feo es conocer a los héroes cuando ya no están vivos.

Una de las ventajas de ser periodista es que, si eres lo suficientemente necio y suertudo, puedes entrevistar a las personas que admiras (a menos que seas fan de Lady Gaga o de Barack Obama, ahí sí está más difícil). Por ejemplo, me ha tocado platicar con Lance Wyman, con Pedro Friedeberg o con Andrés Bustamante. Precisamente cuando estaba haciendo la investigación para escribir un perfil de este último, hace año y medio, me topé con un nombre que nunca había escuchado: Melquiades Herrera. Era un artista que hizo performance y cosas creativo-mágico-desmadrosas con Maris Bustamante, la hermana del Güiri Güiri, y que fue amigo e inspiración del mejor comediante de México.

También me enteré de que se había muerto en 2003. Bu.

El otro día encontré un libro llamado simplemente Melquiades Herrera. Me dio un vuelco el corazón, ¡ay! Vi que era relativamente nuevo: salió en noviembre de 2014. Lo compré impulsivamente, como si fuera un paquete de galletas. Resultó ser una antología de su trabajo –lo poco que está documentado– y de sus textos en distintas publicaciones, además de ensayos sobre él y una recopilación de anécdotas chistosísimas de gente que lo conoció. Es una investigación grandiosa de Sol Henaro, que lleva 11 años obsesionada con el tema. Y así, gracias a ella, me vine a enterar, ya bien, de quién fue ese señor.

 Decían que era un “peatón profesional”, porque iba por la calle con su Polaroid y capturaba los absurdos chilangos más exquisitos: la pared de tabiques que dice “Entrada de coche”, la lonchería “2 de octubre”, el paisaje tropical pintado en la ventana de una combi, los arbustos podados en forma de animales misteriosos. También era el amo de las chácharas. Le fascinaban los objetos populares mexicanos y siempre traía una selección en su portafolios Samsonite. Los usaba para sus performances, para crear nuevas piezas (al juntarlos surgían nuevos significados) y para dar clases. ¡Ah! Porque daba clases en la UAM y en la ENAP. ¡Qué envidia me dan los que llegaron a ser sus alumnos!

Pero más allá de su chacharismo, de sus geniales videos y de su atípica labor docente, era un erudito que usaba sus poderes para el bien: para desobedecer, para burlarse de las instituciones “oficiales” del arte, para zangolotear al sistema, para cuestionar el maloso capitalismo. Sus textos son divertidos e inteligentísimos. Los estoy saboreando más que el hipotético paquete de galletas.

Qué coraje no haber coincidido con él. Qué lástima no haber podido compartir una chela en El Nivel, su cantina favorita. Qué triste saber que no hay chance de intercambiar objetos vaciladores encontrados en un mercado a las afueras de la ciudad, con una entrevista como pretexto. Qué nostalgia de lo que no viví. Pero qué bonito libro. Qué bueno que lo editaron. Es un trabajo que merece ser conocido por todos los defeños que aman su ciudad y su infinita producción de absurdos. Porque casi casi que hay un Melquiades Herrera –una obra suya, pues– en cada esquina, esperando ocurrir.

(Tamara De Anda)