Un encuentro de alquimistas

La Feria Internacional del Libro de Guadalajara es la exposición consentida en una ciudad que sabe de ferias y exposiciones. En la Expo Guadalajara se celebran 60 eventos cada año. Muchos de ellos son encuentros globales y en casi todos hay verdaderos prodigios, pero ninguno tiene la repercusión de la Feria Internacional del Libro. ¿En qué consiste la magia? La FIL genera un volumen de negocios importante, pero no descomunal. Los intercambios editoriales valen 520 millones de pesos anuales, de acuerdo a las cifras oficiales. Esta cantidad es inferior a las que alcanzan otras exposiciones “tradicionales” de Guadalajara, como la Expo Ferretera, la exposición de la Asociación Nacional de Tiendas de Servicio y Departamentales o Intermoda…
Hay cosas en la vida que no tienen precio. Cuando se trata de comparar, una diferencia sustancial a favor de la FIL es que se trata de un encuentro que es el más importante de su tipo en el mundo de habla hispana, con más de medio millón de asistentes anuales, de los cuales 20 mil son profesionales. Para encontrar algo con un impacto similar, hay que trasladarnos a Frankfurt, que es la mayor feria del libro del mundo, pero representa otro continente linguístico. En la zona TLCAN no hay nada parecido. La Miami Book Fair convoca alrededor de 200 mil asistentes anuales. La fiesta que organiza la Librería del Congreso en Washington no supera los 40 mil asistentes por año. Podemos hablar de alquimia porque la FIL provoca una trasmutación. Hace perder la cabeza por las letras a una ciudad donde se lee poco. Es un evento cultural que produce el milagro de descentralizar la vida cultural en un país donde la industria cultural está supercentralizada. En la Ciudad de México se encuentra más de un tercio de la infraestructura cultural de México. Allí está 30% de los puntos de venta de libros. Decir puntos de venta es emplear un eufemismo. La alta mortandad de las tiendas que sólo venden libros ha provocado que la estadística sume las librerías a las papelerías, las tiendas de regalos y también los espacios donde los libros coinciden con los cuarzos, los duendes y las cruces celtas.
La Feria Internacional del Libro es un encuentro de alquimistas en la medida en que se convierte en un escenario que subvierte las reglas del juego. Por unos días, el poder y la influencia pertenece a los que leen y a los que escriben. Por unos breves momentos en la vida de la ciudad, los Nerds son las estrellas de la familia y el no leer es motivo de vergüenza. Esto es excepcional, porque ocurre en un país donde se venden 2.9 libros por persona por año. Si quitamos de ese promedio los libros de texto que distribuye el Gobierno, la cifra se nos va a la Isla de Lilliput: apenas 1.15 libros por persona. Qué tanto nos dice la FIL del estado de la cuestión sociocultural del país, me preguntan los editores de MÁSPORMÁS Guadalajara. Muy poco y mucho. Un evento de este nivel y con esta capacidad de convocatoria refleja muy poco de lo que es la vida cotidiana de los amantes de la cultura impresa en Guadalajara. Es una metrópoli donde viven casi 5 millones de personas y sólo hay 120 puntos de venta de libros. Un lugar que ha producido o influido grandemente en la producción de escritores como Juan Rulfo, Juan José Arreola, Emanuel Carballo y Jorge Zepeda Patterson. Un imán que suscita gratos recuerdos, pero no ha tenido la capacidad de  retenerlos.
El éxito de convocatoria de la FIL nos dice mucho de las ganas que hay en Guadalajara de que las cosas cambien. Da cuenta de la enorme necesidad que tienen decenas de miles de personas de vivir en una sociedad donde el intercambio de ideas pese más que la propaganda de ideas simples, el cruce de insultos, la descalificación mutua o la violencia de todos los días. En esos 10 prodigiosos días, en la Expo Guadalajara se encuentra la piedra filosofal, el Lapis philosophorum, ese disolvente universal que sirve para renovar la juventud y ensanchar la vida.

(Luis Miguel González)