Y soñar que no morimos

En las redes circula la noticia de un joven que fue arrojado de cabeza de un alto edificio. El piso le hizo algunas fracturas, pero no lo mató, entonces un grupo de gente comenzó a apedrearlo hasta terminar con su vida. La primera en lanzar una piedra fue su propia madre. ¿Su crimen? Tener una preferencia sexual distinta.

Este suceso es el punto de partida de La contracción de Lorentz, escrita y dirigida por Álvaro Muñoz. Una propuesta vertiginosa y sensible que deja con poco aliento, tanto por los hechos que narra como por la forma en la que intenta librarse de esta brutalidad que ya parece cotidiana en el mundo actual: a través del amor.

Dos hermanos gemelos, Samer y Samir (Álvaro Muñoz y Joshua González) están enamorados secretamente de su mejor amigo, Alí. Cuando Alí se va para unirse a las fuerzas radicales yidahistas —un grupo del que incluso Al Qaeda se separó por sus actos brutales y donde, por supuesto, la homosexualidad es condenada—, los descubre y actúa en consecuencia: en el Estado Islámico no importa la amistad.

Los hermanos serán lanzados de un alto edificio. ¿Qué pasaría si al caer alcanzaran la velocidad de la luz? La contracción de Lorentz (donde un cuerpo contrae el tiempo y el espacio a medida que se acerca a esta velocidad) es la respuesta. Este fenómeno físico les permitirá a estos dos hermanos habitar un espacio y tiempo relativos donde se encontrarán a sí mismos, buscarán en su corazón y soñarán que no mueren. Dos segundos para compartir otra vida, dos segundos en otro universo menos cruel que este.

“¿Por qué hablar de crímenes horrendos que suceden en otros países cuando en el nuestro ocurren cada día?”, cuestionan los dos actores en un momento en que rompen la cuarta pared. La violencia sucede en todos lados y, así, en la dramaturgia Siria sólo es un pretexto porque la apuesta es por un amor universal que, en un plano ideal, rompa con el odio mundial.