La cantante que tomó las calles

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A Flor Amargo no le da pena cantar en el Metro, ya que está orgullosa de interesar al público en cualquier lugar

FOTO: LULÚ URDAPILLETA

A Maite Carballo le enseñaron que, para ser cantante, tenía que suprimir ciertas cosas. Los gestos exagerados, los tics corporales, la manera en cómo encorvaba el espinazo cuando tocaba el piano o los grititos improvisados que surgían en plena interpretación. No brinques. No gesticules tanto. ¡Por el amor de Dios, pásate un peine!

Para ser cantante, tenía que suprimir quién era. Disfrazar su esencia.

“Ahora no se lo permito a nadie”, pronuncia Maite entre los dientes, que los mantiene ocupados mordiendo la uña de su meñique derecho. Los rizos despeinados, el vestido negro con transparencias de encaje, las botitas de piel le dan la apariencia de una muñeca gótica. Canta lo que le da la gana donde le place. O más bien, donde le den un permiso: las calles del Centro de la Ciudad de México, una estación del Metro, o una tocada en el Pata Negra. “Cualquier lugar para tocar representa toda una oportunidad de dar a conocer mi música. Lo hago yo sola porque viví creyendo que necesitaba a los otros para lograr algo”.

Maite se ha situado en dos puntos extrapolados. Hace poco más de un lustro firmó contrato con la disquera Ocesa Seitrack y concursó en el programa televisivo La Voz México. Cuando fue descalificada en la segunda ronda del show, también recibió su carta de retiro por parte de la disquera, en la que le notificaba que ya no estaba dispuesta a promover su carrera.

La noche de domingo en la que se disolvió su sueño de convertirse en una cantante mediática, Maite interpretó una canción que no era suya, por supuesto. Era de Mecano. Para ser una gran cantante en un programa de concursos, no puedes mostrar que puedes componer. Su coach, Alejandro Sanz, tomó el micrófono y le dirigió unas palabras de aparente reconocimiento: “Le bajaste a la emoción, le bajaste al teatro”. La cámara enfocó el rostro de Maite, serio y obediente. Sanz continuó: “Siempre te dije que había que bajarle un poquito a la emoción, porque, si no, parece que estás sobreactuando y afecta demasiado lo que estás cantando”. Enseguida la descalificó.

Es justamente esa teatralidad exagerada, esos gestos desbordados, el movimiento maniático de sus dedos en el teclado del piano portátil, lo que hizo que la gente se congregara alrededor de Maite en las calles del Centro Histórico, lugar de trabajo tanto de músicos de calle como de botargas, estatuas vivas y superhéroes de trajes deslavados, que cobran por tomarse una foto con ellos o solo por admirarlos.

Maite es Flor Amargo. Ese era el nombre de su banda, hace muchos años. Pero los músicos se fueron y ella inició un camino breve por el mundo de las disqueras y la programación en estaciones de radio, hasta volver a caer en el olvido. Se dedicó a dar clases de música en una escuela, incluso pensó en abrir su propia academia, pero el director de la institución donde laboraba se enteró y la despidió.

Negro sobre negro. Esa era la vida de Flor Amargo. Una sucesión de capas de oscuridad cada vez más honda.

“Me empecé a enfermar. Alguien me dijo que eran señales del universo porque no estaba siguiendo mi misión en la vida. Y mi misión era luchar por componer lo que había abandonado”.

El colmo fue cuando perdió el autobús hacia Acapulco en sus vacaciones. Con su maleta, Maite salió de la central de camiones y se dirigió al Centro Histórico. Se encontró a los artistas callejeros a su paso.

“Me dediqué a observar por días a los magos, los músicos, ¡wow! Qué manejo del escenario. Me dije que yo quería hacer algo así. Con el dinero de mi liquidación, me compré un amplificador chiquito, una planta de luz y me salí a tocar a la calle”. De las calles, del Metro y de los videos tomados con cámaras de celular y compartidos en redes sociales, Flor Amargo ha vuelto a saltar al espacio de los conciertos en escenarios como el Pata Negra, el bar Caradura o el foro Indie Rocks.  Sus canciones están disponibles en Spotify y ha colaborado con la cantante Mon Laferte, con quien canta el sencillo “Busco a alguien”.  Su movimiento ha sido en espiral.

“Todas las cosas que he vivido en los 13 años que llevo dedicándome a la música han valido la pena. Estuve en alfombras rojas, me codeaba con artistas, me vistieron con ropa de diseñador, quisieron cambiar mi personalidad y el sentido de mis canciones. Me dijeron qué podía hacer y qué tenía prohibido. Y todo ha valido la pena por la paz que siento hoy”.

Ya no toca en la calle. O al menos, no tan seguido. Procura hacerlo una vez a la semana, porque a la calle le debe ciertas lecciones. Por ejemplo, a vencer el miedo. A dar su moche a los que cobran a los artistas por estar en el espacio público. A manejar al público. A mantener los pies en el asfalto.

“Me siento orgullosa de poner mi teclado en el Metro, mi gorro para las monedas y mi diablito en el que cargo mis cosas”. Cuando habla, su cabeza asiente con frenesí. “El público de la calle es más honesto, porque si no les gusta lo que haces, se van o se pasan de largo. Muchas veces sentí pena por mí. Ahora estoy orgullosa. Cuando la gente dice: ‘un día lograrás el éxito’, yo pienso que ese ya lo tengo: disfruto lo que hago, y la gente me escucha”.

En cifras: 

  • 2011 fue el año en que Maite concursó en el show de televisión La Voz México.
  • 6 años de edad tenía Maite Carballo cuando comenzó a tomar clases de piano.
  • 2 álbumes ha grabado Flor Amargo: Carrusel  (2010) y Espejo cristal (2015).