Cambios en el gabinete de Mancera, por @guillermosorno

Una actualización en la cuenta de Twitter del columnista político Ricardo Alemán puso en guardia a toda la administración pública del Distrito Federal. El mensaje decía: “Va primicia. Hace unos momentos el jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, le pidió la renuncia a todo su gabinete”.  Era el viernes 2 de julio a las 13:52 horas.

 A los secretarios, el tuitazo los tomó por sorpresa. Algunas horas después recibieron una llamada del secretario particular Luis Serna que confirmaba el rumor: estaban despedidos. Al día siguiente Mancera dio una conferencia de prensa para ratificar que pedía la renuncia de los miembros del gabinete a fin de proceder a una evaluación. Pero no aclaraba cómo o con qué criterios se haría tal examen.

El anuncio provocó algunas respuestas públicas positivas. Parecía sano evaluar el desempeño del gabinete, de cualquier gabinete, un examen que, por cierto, el gobierno federal no había hecho.

Adicionalmente, el jefe de Gobierno se anotaba un gol político: transferir a su gabinete la responsabilidad de un gobierno mediocre, la contundente pérdida de popularidad y los fatales resultados de las elecciones de medio periodo, que se tradujeron en un triunfo para Morena.

Los entendidos alrededor del Antiguo Palacio del Ayuntamiento sabían que la revisión tenía un nombre y apellido: Héctor Serrano, el secretario de Gobierno. Los empresarios, el PRD, el mismo PRI, la opinión pública, entre otros actores políticos, habían estado presionando para su cambio de lugar.

En el camino, Mancera aprovechó para evaluar el desempeño de la secretaria Tanya Müller, quien desde la puesta en práctica del doble Hoy No Circula se había convertido en un lastre político, y de Rosa Icela Rodríguez, la secretaria de Desarrollo Social, de quien se especuló que había manipulado la comunicación de los programas sociales para que la gente no olvidara que se los debían a López Obrador.

Pienso que si la evaluación hubiera tenido propósitos menos políticos, otros secretarios de ese gabinete tendrían que haber sido cesados.

El anuncio de la evaluación creó confusión interna: durante dos semanas se paralizó la administración pública. Los funcionarios del DF dejaron de ser interlocutores válidos, pues no se sabía si durarían más tiempo en su puesto.

Quince días después, Mancera finalmente anunció los cambios, pero no hubo mayor razonamiento sobre sus motivos. Hubo dos movimientos sorprendentes. Héctor Serrano dejó la Secretaría de Gobierno para ocupar la de Movilidad, que es como colocar al tiburón en un nuevo estanque de peces. Y la secretaria del Trabajo, Patricia Mercado, quien había destacado entre la mediocridad del antiguo gabinete, ocupó el puesto de Gobierno.

Independientemente de las capacidades de interlocución de la nueva secretaria con ambulantes, taxistas y mercados, las tres grandes clientelas del DF, su arribo anuncia que la contienda por el DF en 2018 estará entre dos mujeres: ella o Claudia Sheinbaum, la nueva delegada de Tlalpan por Morena.

Mancera, claro, sigue pensando en la Presidencia.

(GUILLERMO OSORNO)