‘Compendio de la Estupidez’, por @apsantiago

La Línea 12 guarda la belleza de lo absurdo: “Como soy Gobierno y debo gastar, construyo un Metro aunque sus vías no sirvan”. Un Metro incapaz de ir de un sitio a otro es lo mismo que una escuela sin aulas, una estación de bomberos sin agua, un hospital sin quirófanos.

Deliciosa prueba de la inferioridad del Homo Sapiens –o de ciertos ejemplares-, la Línea 12 ha evocado una mañana de mi niñez: en el campo descubrí un puente bajo el que no había nada. Ni un río, ni un camino, ni un cañón. Nada. Acaso un político que prometió alzar un puente a su pueblo, un día reflexionó: “¿y ora dónde pongo el canijo puente?”. Sin obstáculos geográficos que sortear, debió razonar así: “para no fallar a mi gente lo pondré donde sea”. Y ahí quedó el inútil arco de cemento incrustado en tierra firme: un himno al ridículo. Somos graciosos los hombres; más de lo debido.

Por morbo, pregunté en Facebook sobre obras inútiles. Un torrente de respuestas de mis amigos me inundó la PC. Me contaron de un paso elevado de la Ciclopista al sur del DF donde puedes subir pero al bajar debes lanzarte al vacío pues está partido. De un puente peatonal en Etiopía tan pero tan alto que la gente prefiere pasar por abajo (y claro, ya hubo atropellados). De un elevador para discapacitados arruinado en Metro Balderas. De otro elevador para discapacitados descompuesto en el puente entre Villa Olímpica y Plaza Cuicuilco. De inservibles torres de ascensores que unirían a los enfermos de la Clínica 92 del IMSS con la Línea B del Metro. Del aeropuerto abandonado de Agualeguas que Carlos Salinas erigió junto a su rancho neolonés.

De un área de juegos infantiles en un talud de Viaducto Río Becerra al que los niños llegan si cruzan corriendo la furiosa lateral. Del gimnasio bajo el distribuidor vial de Mixcoac, “donde los atletas –dijo mi amigo- llenan sus pulmones de gases de la combustión de gasolina”. De rampas para sillas de ruedas con peralte criminal en la Roma. De los puentes veracruzanos de Yanga, Libramiento a Cardel, Pánuco y La Fidelidad que el gobernador Herrera jamás acabó. De flamantes juegos infantiles al centro del inmenso basural de Barrio Norte, en Álvaro Obregón.

¿Cómo entender la gubernamental lógica del “se me ocurre, construyo, difundo y abandono”? Es un cocktail radiactivo de falta de planeación, ineptitud, ansiedad, menosprecio a la gente, jadeos por salir en la foto, pánico al subejercicio y esa filantropía de “le daré este proyecto a mi compadre”.

En un país pobre, las obras inútiles sulfuran: “me rifo trabajando, pago mis impuestos y con mis billetes el gobierno hace origami, engrudo y papel picado”.

Es cierto, seguimos con un Metro que no avanza, con elevadores que no suben ni bajan, con parques infantiles en el centro del infierno. Eso sí, nos está quedando precioso el Compendio Histórico de la Estupidez.

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(ANÍBAL SANTIAGO)