Cuadro clínico, por @antonioortugno

¿Síntomas del paciente? Ha perdido el sentido de la proporción. Le parece mucho peor que haya gritos, sombrerazos, lanzamiento de petardos y macanazos entre manifestantes y policías que el secuestro armado y posterior asesinato de seres humanos a manos de los cuerpos de seguridad del Estado. Básicamente, porque sospecha que quienes son asesinados lo merecen de algún oscuro modo. Es capaz de argüir columnas de reconocidos ultraderechistas como prueba de sus dichos. Incluso puede acabar hablando (en serio) del karma: “Otros normalistas quemaron a un hombre en una gasolinera; algo deberían éstos para terminar así”. Al cuestionarlo sobre el punto, el paciente manifiesta nerviosismo pero termina exasperado y vociferando que no hay inocentes, que Ana Frank se lo buscó, que Jesucristo desafió el orden romano y lo que le pasó era inevitable. El hecho de que lleve un crucifijo al cuello lo deja a uno pensando sobre el significado simbólico que le atribuye. No es improbable que piense que lo porta a manera de escarmiento de “revoltosos” y, si pudiera, llevaría una minúscula cabecita clavada en una estaca como advertencia.

El paciente habla de los seres humanos como de piezas de Lego o, a lo mucho, como hormigas obreras. Los califica de prescindibles. Hay cosas más grandes: el proyecto de nación, la paz social, la estabilidad, el estado de ánimo de los inversionistas, y resulta lógico y natural que en esos altares se les sacrifique alegremente. ¿O a poco creemos que Gengis Khan y Alejandro Magno se andaban con derechitos humanos? Y allí están en la Enciclopedia ¿no? Tan campantes. Al momento de explayarse en este sentido, el paciente comienza a usar términos como “muchachitos”, “muertitos”, “alborotadores” para referirse a los asesinados. Si no se le interrumpe es capaz de comenzar a expulsar espuma por la boca.

Una masacre le parece, en general, poca cosa. Quizá acepte calificarla de “lamentable” pero tarde o temprano comenzará a reírse de cualquier mínimo detalle del entorno o los efectos políticos y sociales colaterales del asunto para negar su importancia: “¿Viste al ridículo de Calle 13 con su camisita?”; “¿No te parece que todo es un plan orquestado para que no nos den el Mundial de 2040?”; “¿No se cansan los chairos de tanto meme?”.

“Chairo” es una palabra-fetiche para el paciente. Su uso es elástico y generalizado y significa, en resumen, “persona ingenua que no se percata de que el problema no es que el mundo sea una mierda sino aprender a surfear sobre ella”.

¿Qué terapia se recomienda? Por encima de todo, hay que conservar la imperturbabilidad ante él y no imitar la sonrisa de hiena con que festeja el homicidio (de otros, de preferencia si son elementos rurales, morenitos ellos). Hay que intentar razonar, hacerlo reparar en el cinismo de sus posturas y ayudarlo a reconocerlas como nocivas e incompatibles con la existencia de la raza humana.

O, ya de plano, bloquearlo de las redes sociales y quitarse del problema.

 (Antonio Ortuño)