De Irak al Bataclán

Al llegar a la Puerta del Sol de Madrid la noche de aquel jueves 20 de marzo de 2003 era fácil perderse entre la resonante multitud que gritaba: “No a la guerra”. También era sencillo notar que entre la muchedumbre no había solo jóvenes estudiantes ni viejos trasnochados de idealismo. Muchísimas personas de diversos perfiles pedían evitar una masacre en Medio Oriente.

Ese fue el año en que viví en Europa, el cual recordé este fin semana tras los atentados de París. Aquellas grandes marchas de protesta en contra de la invasión a Irak empezaron desde febrero en varias capitales europeas y en ellas se advertía del incremento estratósferico de odio que se desataría a la postre y que este fin de semana ha llegado incluso hasta un teatro parisino como el Batalcán.

En 2003, casi un millón de personas caminamos en Madrid desde la estación de tren Atocha hasta la Puerta del Sol pidiendo parar el ataque militar y cuestionando el discurso bélico de la administración de los Estados Unidos que encabezaba George W Bush. Particularmente en España, hasta la opinión pública estaba en contra de la participación que el presidente Aznar tenía junto con Estados Unidos y Gran Bretaña.

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El escritor José Saramago leyó aquel 15 de marzo en Puerta del Sol un manifiesto en el que decía: “Nosotros los que hoy nos estamos manifestando aquí y en todo el mundo, somos como aquella pequeña mosca que obstinadamente vuelve una vez y otra a clavar su aguijón en las partes sensibles de la bestia. Somos, en palabras populares, claras y rotundas para que mejor se entiendan, la mosca cojonera del poder. Ellos quieren la guerra, pero nosotros no les vamos a dejar en paz. Nos manifestamos contra la ley de la selva que los Estados Unidos y sus acólitos antiguos y modernos quieren imponer al mundo. Nos manifestamos por la voluntad de paz de la gente honesta y en contra de los caprichos belicistas de políticos a quienes les sobra en ambición lo que les va faltando en inteligencia y sensibilidad”.

Y es la imposición de esa ley de la selva -aquella que se basa en la fuerza y sobrevivencia no en la justicia ni en la inteligencia- la que explica una parte de lo sucedido después. Las manifestaciones de millones de personas en diversas capitales europeas no pararon la guerra en Irak ni mucho menos las masacres en Medio Oriente que ocurrieron luego en conflictos derivados de la invasión hecha en 2003. El odio se incrementó, esparció como virus y produjo muchas más miles de muertes en Medio Oriente y desde hace unos años también en Europa. Entes fantasmagóricos y despiadados como el Ejército Islámico son resultado directo de aquella acción fantasmagórica y despiadada lanzada en 2003.

Lo más triste son las miles de víctimas a lo largo de estos 12 años, y la paradoja de que cuando el odio atacó Madrid, su objetivo fue la estación de Atocha, precisamente el sitio en donde nos reuníamos miles de personas en 2003 para ir a marchar en contra de la Invasión de Irak.

En su discurso de aquella noche, Saramago advertía –pedía- también que “a nuestro compromiso, ponderado en las conciencias y proclamado en las calles, no le harán perder vigencia y autoridad (también nosotros tenemos autoridad…) ni la primera bomba ni la última que vengan a caer”.