Diputados: La anormal normalidad

Hace unos días leí que más de 100 de los 500 diputados no tienen grado de licenciatura, lo que sitúa a la Legislatura en el peor nivel educativo en una década. El texto carecía de un contenido esencial: convertir el dato en conocimiento. Explicar qué significa un hecho. Trasladar las estadísticas a la vida cotidiana.

Tener estudios no hace mejores ni peores a las personas. Ser médico, abogado o doctor en filosofía no es garantía de capacidad, ni de honestidad. George Washington y Abraham Lincoln no se graduaron en estudios superiores y son dos referentes imprescindibles de la política norteamericana. En la antípoda, graduado en Harvard, Carlos Salinas es el mayor  símbolo de la corrupción en México.

Yo no estudié periodismo. He sido un periodista y un escritor autodidacta. ¿Cursar estudios superiores me hubiera hecho mejor profesionista? Sin duda, una disciplina humanística me hubiera aportado una visión más amplia y universal del mundo.

Conocí el Congreso a los 23 años y fui testigo de los últimos grandes debates parlamentarios. Escuché extraordinarias piezas de oratoria a Porfirio Muñoz Ledo, Diego Fernández de Cevallos, Juan de Dios Castro, Juan José Rodríguez Prats, Rosa Albina Garavito, José Luis Lamadrid y Pablo Gómez, todos egresados de universidades.

Egresado de la UNAM, Fernández de Cevallos, El jefe Diego por su influencia en Los Pinos de Salinas, ha cargado la sospecha de utilizar la política para hacer negocios. César Augusto Santiago estudió en Harvard y en los 90 fue la mente maestra en la ingeniería electoral que permitió al PRI cometer fraude en innúmeras elecciones. Víctor Flores no necesitó estudios para convertirse en uno de los legisladores y líderes sindicales más corruptos y gangsteriles.

El hecho de que esta cámara posea el peor nivel educativo no significa nada en abstracto: un legislador puede ser capaz y honesto, o corrupto e indecente, graduado en Harvard o sin estudios.

Pero la política no es una actividad aislada. Los políticos son influyentes y con frecuencia llegan a ser los personajes más poderosos de un país y un continente.

El nivel educativo de los diputados es síntoma de un larga enfermedad. Con la desintegración de la Unión Soviética, en México comenzaron a morir las escuelas de cuadros de la izquierda mexicana –Arnaldo Córdova, Joel Robles, Raúl Álvarez Garín, Salvador Martínez della Rocca–, y en el PRI y el PAN sucedió lo mismo.

Las nuevas generaciones de políticos –como las de periodistas– crecieron en una atmósfera de anormal normalidad: la extorsión y la corrupción como sistema y la deshonestidad como costumbre. Los principios desaparecieron y todo comenzó a girar alrededor del dinero.

El problema no es que Carmen Salinas sea diputada. La tragedia consiste en que hay peores diputados que ella (sólo que invisibles), y que cada vez hay menos legisladores con principios y formación intelectual en este país.