El 212 Diez

Guadalajara es una ciudad de riquezas. Riqueza cultural que hace de la visita a la Feria Internacional del Libro ya un ritual de  intelectuales y autores; riqueza culinaria que se refleja en cada calle, puesto y lonche, y se extrapola hasta las pantallas de Master Chef; riqueza arquitectónica que salta del estilo colonial al Barragán, a las fincas intervenidas; riqueza política que, hoy, tiene a un alcalde que deshoja la margarita entre su reelección, la gubernatura o hasta la candidatura presidencial.

En esas riquezas combinadas hay una que destaca: la de la población.

No, Guadalajara no es una ciudad rica como Monterrey ni industrializada como Torreón, ni tampoco neurótica como el Distrito Federal. No obstante, lo que funciona en Guadalajara, funciona en el país. Población exigente y educada, la tapatía demuestra a México otros valores e ideas que sorprenden a más de uno que lo vive por vez primera.

Eso pasa en 212.

Un día al año, Guadalajara celebra su festival de música. Cierto, hay muchos tanto oficiales como privados, pero el 212 es el que los tapatíos han adoptado como propio, arropado y exigido.

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El 212 surgió como una idea de inclusión musical y, con la modificación de tiempos y realidad nacional, mutó a buscar la inclusión social. El pretexto era la música y el escenario eran -y son- las calles.

Hoy, a 10 años del primer festival dos uno dos, sucedió algo esperado, pero no por ello deja de sorprender: las calles donde tocarían grupos fundamentalmente de rock se llenaron de familias. Niños, bebés, carreolas, suegras, adolescentes en pleno uso de facultades o discapacitados que, acompañados de algún familiar, se incluían en el cuadro.

A su lado, policías sonrientes, bomberos alertas pero afables, locatarios atentos a que la clientela tuviera buen servicio, carritos de golf convertidos en ubers que daban transportación de punta a punta del festival, mascotas y música.

Sí, música que iba de los Ángeles Negros hasta Ozomatli, con un repaso de Kinky, la desnudez de Silverio y los Blue Man Group que, entre show y show, quisieron experimentar esa convivencia social única.

No sobra decirlo: soy parte de la organización de 212. Escribir de él no sólo emociona, sino que es un ejercicio de catarsis ante un fenómeno único en el país. Único.

No sé si habrá un 212 en 2016. La idea sería que aquello que Guadalajara ha convertido en otro de sus orgullos se exporte a otras ciudades para lograr construir una mejor sociedad a partir de un pretexto lúdico. El futuro no se tiene. Lo que sí está en nuestras manos es el recuerdo de un instante en Avenida Chapultepec en Guadalajara. Recuerdo que, debiera ser, replicará un año después.
Porque 212 es, ya, otra riqueza tapatía. Otra riqueza más de la cual hay que sentirse orgulloso.