El aspecto del silencio

El documental The Act of Killing del cineasta Joshua Oppenheimer estrenado en  2013 fue aclamado por críticos en todo el mundo como uno de los documentales (una de las películas, incluso) más importantes que se hayan puesto a circular en los últimos años. En ella el documentalista norteamericano logró que altos rangos de las fuerzas policiales y militares en Indonesia hicieran una reproducción dramática de los asesinatos en masa que cometieron alrededor de los años 60 cuando cerca de un millón de personas fue brutalmente asesinada en la cruzada que la dictadura militar de aquel país, apoyada por potencias occidentales y específicamente alentada y patrocinada por los Estados Unidos, realizó para extirpar el germen comunista de dicha nación.

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Este año Oppenheimer volvió a la carga sobre el tema con otra estremecedora cinta llamada The Look of Silence. En esta ocasión la cámara sigue al oftalmólogo Adi Rukun en un periplo que transita por antiguos oficiales y mandos militares e incluso por miembros actuales del parlamento, que participaron directa o indirectamente en el asesinato que sufriera su hermano Ramli. Por medio de las entrevistas captadas a través del esplendoroso lente de Oppenheimer vemos cómo la ideología que produjo el genocidio no sólo sigue vigente en el orgullo que manifiestan los actores de la cinta (“dado que éste era un conflicto internacional, deberían de darnos un premio. Tendríamos que ser recompensados con un viaje a los Estados Unidos”, dice uno de ellos), sino que es propagado en salones de clases en donde maestros de primaria hablan de los comunistas como unos bárbaros que se robaban a los niños por las noches para comérselos y enaltecen la gesta heroica de aquellos hombres valientes que lograron erradicar la pandemia comunista del país.

Como contrapeso al espeluznante cinismo que emana de las entrevistas, vemos el interminable calvario que la madre de Adi sufre al tener que convivir con los asesinos de su hijo en la vida cotidiana. Los ve en la televisión, se los topa en el mercado, algunos son sus propios vecinos. La narrativa impuesta por el poder impide no sólo que exista un castigo a los culpables sino que obliga a sepultar en el olvido el dolor de los vivos.

La reparación del daño que causó el asesinato indiscriminado, salvaje, de cerca de un millón de hombres y mujeres se encuentra fuera del alcance de las víctimas ya que no existen las condiciones para reconocer la tragedia. Lo más grave es que, como uno de los propios asesinos reconoce, al no contar si quiera con los medios para entender lo sucedido en Indonesia –y en todos aquellos países en los que ocurren torturas, desapariciones y asesinatos de manera clandestina, con la participación u omisión de fuerzas gubernamentales– la Historia se pone a sí misma en posición de repetirse.