“El infierno son los otros”, por @Ruleiro

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La foto que acompaña a esta columna lo hace evidente: soy un panzón, uno de los millones de mexicanos que han contribuido notablemente a que nuestro país supere a Estados Unidos en lo de los índices de obesidad.

Hace unos meses decidí que ya era suficiente y, como probablemente lo habrán hecho varios de ustedes alguna vez en su vida, fui con un médico para que me ayudara a reducir mi porcentaje de grasa corporal.

Llevo casi tres meses cuidándome, sometido a un régimen muy estricto, que afortunadamente, está dando buenos resultados. No negaré que extraño mucho las tortas, los tacos, los tamales, los postres y muchas otras cosas que por el momento tengo prohibidas. Sin embargo, al poner los pros y los contras en la balanza, confirmo que está valiendo la pena este esfuerzo. No me duele renunciar a mis antojos temporalmente.

Lo que ha sido francamente molesto son los demás. No todos, pero sí muchos. Por ejemplo, un buen amigo con el que como frecuentemente siempre insiste que me haga un taquito con la pechuga de pollo que me estoy echando. O que le ponga frijolitos, para que me sepa más rica. Le he explicado miles de veces que no puedo/debo y sólo me dice “úchale” mientras me echa una mirada de decepción. Una compañera de la oficina, con la que también almuerzo con frecuencia, siempre me está dando probadas de su postre. Le digo que no y se siente conmigo.

El alcohol es otra de las cosas de las que actualmente me estoy privando. Hace poco fui a una boda y vi, estoicamente, como toda mi familia se iba emborrachando. Yo, ahorita, no tomo nada, ni una. Aunque me gusta, me aguanto. Lo insoportable no es mantenerse sobrio: no, es la procacidad de los demás, como una prima que insistía en que brindara con ella. Cuando me negué por octogésima vez, enojada, me dijo “Eres fans (sic) de todos en mi oficina, pero les voy a decir que eres de hueva”. Otro pariente intentó durante horas de sambutirme un whisky: “No engorda”, fue su argumento.

Además de los necios, están los metiches. Mucha gente te comenta que te ves flaco, menos gordo o mejor, como si ellos fueran los primeros en notarlo. Mas allá de un sincero (y algo incómodo) “Gracias” no hay mucho que responder. Muchos te preguntan el cómo, el cuándo, el por qué, como si tu explicación fuera realmente importante.

Dice un amigo, que me acompaño a un evento en el que varias veces me vi obligado a aclarar porque no estaba bebiendo, que el trajín le recordó cuando se rompió el fémur: tuvo que contar una infinidad de veces como, donde y cuando le había pasado, que era exactamente lo que tenía, si le molestaba el yeso y como se iba a rehabilitar. Hasta que se hartó. Yo para allá voy.

Por eso, a nombre de todos los gordos que estamos a dieta, le suplico a todas las personas que lean esto que no intenten darnos probadas de lo que están tragando, que no insistan en que nos tomemos un trago con ustedes y que no opinen sobre nuestra dieta. En pocas palabras, que nos dejen en paz.

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Rulo, Raúl David Vázquez: director editorial de La Semana de Frente. Locutor en Reactor 105.

 

(Rulo)