El Negro, por @wilberttorre

Alejandro González Iñárritu escuchó el anuncio de Sean Penn, besó las mejillas de Michael Keaton, caminó al escenario con la lentitud de un niño regañado que encamina sus pasos a un rincón, y al recibir el Oscar al mejor director envió un mensaje “Quiero dedicar este premio a mis paisanos que viven en México. Ruego que podamos encontrar y construir el gobierno que nos merecemos”.

Ese instante, la noche del domingo, 37 millones de personas escucharon las palabras de González Iñárritu en todo el mundo.

El presidente Enrique Peña–si es él quien está a cargo de su cuenta de Twitter– había felicitado antes al Negro y al Chivo Lubezky por otros premios recibidos, y debe haber escuchado el discurso del director de cine sumergido en un torbellino de sentimientos encontrados.

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Es posible que haya sentido alegría cuando ganó el Oscar al mejor guión original y bajó del escenario sin decir una sola palabra sobre México, y que después le haya molestado el discurso político de González Iñárritu al final de la ceremonia.

¿Qué llevó al director de la legendaria Amores Perros a pronunciar un discurso político en el momento más importante de su vida y de su carrera de director de cine?

¿Los tuits que cayeron como lluvia ácida reclamándole no haber dicho nada sobre Ayotzinapa, la casa blanca de la familia Peña y la crisis mexicana al recibir el premio al mejor guión original?

A menos que alguien se lo pregunte, no podremos saberlo. Lo que es una certeza es que González Iñárritu se agarró los cojones para pronunciar un discurso crítico de la realidad mexicana y en particular de un gobierno –trasladado esto a todos los niveles de gobierno– ineficaz y corrupto, disminuido por la falta de capacidad y asfixiado por intereses políticos y económicos.

¿Qué importancia encierra el discurso político de González Iñárritu?

En un país sembrado de intelectuales orgánicos –afines al Estado y con frecuencia financiados por el gobierno– el ganador del Oscar a mejor director hizo visible para millones en el planeta la crítica situación que atraviesa México, y eso en el país de un presidente que no ha leído tres libros y para cuyo gobierno la cultura es un asunto sin importancia, representa uno de esos momentos de quiebre que pueden llegar a ser de importancia capital.

La noche del domingo, en los premios Oscar, González Iñárritu abrió la ventana de una oportunidad. Ahora corresponde preguntarnos:

¿Podemos construir el gobierno que nos merecemos?

¿En verdad estamos dispuestos a hacerlo?

¿El resto de los intelectuales qué hará?

O permaneceremos cruzados de brazos recordando para siempre –como cada que nos quedamos a un paso del quinto partido en un mundial– el histórico discurso político de Alejandro González Iñárritu en la entrega de los premios Oscar.

 

(Wilbert Torre)