Tele-visión, por @drabasa

Dos artículos publicados en la misma semana, uno en el periódico Reforma y otro en el New York Times, pusieron de manifiesto la improbable similitud que guardamos rusos y mexicanos. En el primero de ellos Lorenzo Mayer establece un paralelismo que muestra cómo dos naciones que vivieron procesos revolucionarios en la primera mitad del siglo XX y que hacia el final de éste experimentaron nuevas transformaciones en los cimientos de su sistema político encallaron en el autoritarismo y en un nefasto combo de cleptocracia y oligopolio. Dice Mayer (Reforma, 19 de febrero de 2015): “Rusia y México son dos ejemplos de transiciones que fallaron. En ambos casos la corrupción del  viejo sistema pervivió y se convirtió en un obstáculo fundamental para lograr el objetivo explícito del cambio: echar los cimientos de una democracia. Y en ambos casos, el fracaso de la transición trajo como una de sus consecuencias la agudización de uno de los grandes problemas iniciales: la corrupción.”

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El segundo artículo es una crónica realizada por el escritor ruso-americano Gary Shteyngart publicada en el New York Times (“Out of My Mouth Comes Unimpeachable Manly Truth”, 18 de febrero de 2015) que recoge los pormenores de un experimento suicida: mirar, durante siete días consecutivos, todo el día, alguno de los tres canales de televisión estatal rusos. El relato de Shteyngart muestra una aterradora similitud con lo que se exhibe en las pantallas mexicanas: noticieros que son poco menos que plataformas de propaganda empresarial o de gobierno, fusiles de programas gringos –de por sí abyectos– de entretenimiento, comerciales que exaltan los altos sentimientos que todo buen ciudadano debe conservar hacia su nación, imágenes estereotipadas y degradantes hacia las mujeres, insultantes para minorías étnicas, homofóbicas, etcétera.

El prefijo tele quiere decir “a distancia”. En Rusia, dice Shteyngart, el 90% de los ciudadanos recibe su información de la televisión. Es decir a los rusos –como a una alarmante mayoría de mexicanos– se les fabrica la existencia desde zonas muy lejanas al sitio donde se desarrolla la realidad. Se trazan narrativas burdas y sujetas a ser modificadas con total desparpajo para someterse a las necesidades puntuales del poder. Los gobiernos de Rusia y México –dos países que han impulsado de manera importante la industria de los bienes raíces de lujo en los Estados Unidos– comparten la idea de que la manera más eficaz de ejercer el poder es dominando la narrativa popular, silenciando o ignorando las voces críticas, realizando verdaderos procesos de alquimia que transforman las riquezas naturales de un país en fortunas multimillonarias de unos cuantos, cooptando las instituciones de carácter ciudadano y legitimando sus regímenes autoritarios a través de simulacros democráticos en los que las redes clientelares, la interferencia de dinero ilegal –en franco contubernio con las autoridades electorales–, el nepotismo y la repartición de cuotas, crean un sistema blindado contra el cambio y fértil como flor en primavera para el abuso y el saqueo.

 

 

(Diego Rabasa)