El presente visto desde el futuro, por @drabasa

La ciencia ficción es uno de los géneros literarios en los que la imaginación encuentra menos restricciones. No obstante, las expresiones más potentes que se han producido dentro de este género, encuentran su máxima fuerza en su capacidad para proyectar las pulsiones del presente y no tanto en su habilidad para prefigurar la forma concreta del futuro.

 En distopías políticas de corte futurista como 1984, Un mundo feliz o Congreso de futurología, podemos ver esto de forma muy precisa. Orwell fue capaz de anticipar la manera en la que el poder ha encaminado el control de los ciudadanos a través de un gigantesco panóptico que permite una vigilancia permanente. Aldeous Huxley vislumbró una dinámica social en la que los seres humanos tienen sellado su destino dependiendo de su circunstancia de nacimiento. En su Congreso de futurología Stanislaw Lem imaginó un mundo totalmente farmacodependiente en el que la realidad no es sino una construcción sensorial que se teje a partir del efecto de drogas sintéticas. En los tres casos los mundos descritos lograron capturar tendencias centrales y definitivas de la época en la que fueron imaginados.

Los relatos de ciencia ficción deben ser vistos y leídos más en estos términos –en la capacidad o incapacidad que tienen de interpretar o cuestionar nuestras fantasías, miedos y deseos– que bajo la superficial hipótesis de qué tan atinadamente logran representar la vida de los hombres y las mujeres del futuro.

La película Ex Machina del director y guionista Alex Garland vuelve sobre uno de los temas favoritos de la ciencia ficción contemporánea: la inteligencia artificial. La idea de que el hombre pueda crear máquinas que lo superen en inteligencia y lo imiten en su compleja dimensión emocional y espiritual despierta un sinfín de preguntas trascendentes acerca del futuro de la humanidad.

Al margen de las posibilidades apocalípticas que suscita la idea de un mundo gobernado por máquinas, la película hace hincapié en los problemas éticos y sociales que provocan ciertos avances tecnológicos. El asunto no se circunscribe a las discusiones alrededor de la inteligencia artificial sino que se extiende por diversos y amplios ámbitos del desarrollo científico y tecnológico contemporáneos. Pensamos que la civilización se mueve hacia delante entusiasmados por el hecho de que cada vez tenemos mejores teléfonos y aplicaciones informáticas más sofisticadas sin que nos detengamos a sopesar las implicaciones globales que esto tiene. Un ejemplo actual, que pronto se volverá un tema de discusión tan o más amplio que Uber, son los prototipos de automóviles computarizados que Google está probando en los Estados Unidos. La industria del transporte se suma así a las muchas fuentes de trabajo “no cualificado” que en el muy corto plazo serán reemplazadas por procesos computarizados automáticos. Los efectos de nuestra obsesión por la tecnología merecen un estudio complejo y la ciencia ficción está ahí para recordarnos acerca de las posibles consecuencias que nuestros insaciables deseos tecnocráticos pueden tener en la experiencia humana.

(DIEGO RABASA)