El Puma y la carita feliz

No pienses, no pienses, no pienses, no pienses.

El entrenador de Pumas, Memo Vázquez, oyó que un reportero cuestionaba el lastimoso modo en que Pumas pasó a la Final: infartado porque el partido no concluía, incapaz de probar autoridad, protegiéndose en su área –que parecía su sepultura- no ante un América poderoso sino ante nueve tipos aniquilados por el esfuerzo pero que dejaban la piel para revertir el 0-3 y consumar la proeza.

Y entonces Vázquez, con los ojos inflamados de odio, las manos ampulosas cacheteando el aire, respondió: “No, no, no, no. Tú siempre sales con cosas negativas, y eso es lo que no voy a permitir”.

Vivimos en la era de las caritas felices. Si quieres dudar, pon carita feliz. Si quieres gritar, pon carita feliz. Si sientes nada, poca o mediana felicidad, pon carita feliz. Sí, una carita feliz aunque tu cara sea más bien la de un payaso que llora.

Y todo eso es muy respetable: si te hace bien tener metida en tus vértebras y tus venas la hipocresía, la mentira, sé feliz con tu carita feliz aunque seas infeliz.

Pero en esta época en que -escribió el tanguero Discépolo- “los inmorales nos han igualado”, los hombres íntegros deberían luchar siempre por defender la verdad, aunque la verdad duela y nuestra carita feliz se descomponga.

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Como decía al principio: lo que Memo Vázquez respondió al reportero fue, en realidad, un histérico “¡no pienses!”. Y, acaso, un “¡no quiero molestarme en pensar!”. El que no piensa no se desnuda, no confronta sus debilidades, no entiende su realidad, no se vuelve grande ante su propia pequeñez porque ni siquiera lucha para desentrañar lo que es. No crece. Y eso, quizá, sería admisible en un técnico de un equipo-empresa (digamos Xolos de Tijuana), pero no en quien dirige al equipo que porta el escudo, los colores, la identidad de la UNAM, la gran universidad del país, y que por sus alcances mediáticos es el rostro público número 1 de la Universidad (y de sus valores), pese a que debería ser el rector.

Una universidad investiga, piensa, cuestiona, confronta, dialoga. El diálogo, y eso lo enseñó Platón, “es el proceso intelectual que permite llegar, a través del significado de las palabras, a las realidades trascendentales o ideas del mundo inteligible”. Así se persigue el conocimiento universal y lo confirma la Universidad en su propia definición: “La UNAM es un espacio de libertades. En ella se practica cotidianamente el respeto, la tolerancia y el diálogo”.

Con el ceño fruncido como si oliera mal, como si alguien atacara su inteligencia o le lanzara humillaciones dolosas, Memo Vázquez dijo “es la última que contesto” y se levantó furioso. No dialogó: falló a la misión de la UNAM.

Por tu equipo, por tu universidad y tu país, la próxima vez dialoga. Y anímate a pensar, Memo, aunque delante de ti no haya una comparsa de caritas felices.