Entre el secreto y la mentira, por @drabasa

Es parte del consejo editorial de Sexto Piso y del periódico quincenal La Ciudad de Frente.

El novelista inglés Somerset Maugham pensaba que si nuestro ser se revelara ante los otros tal y como es, y el ser de los demás se revelara ante nosotros sin alteraciones, las relaciones humanas serían imposibles. Incluso nuestra propia mente, sea sublimando traumas o a través de la intermediación del inconsciente, no nos permite mirarnos cabalmente como somos. La realidad plena no existe y no existe para nuestro propio bienestar. En su clásica obra de teatro Casa de muñecas, el dramaturgo noruego Henrik Ibsen lo exhibe con claridad: la revelación de un secreto conyugal hasta cierto punto inofensivo produce el derrumbe del matrimonio.

 La mayoría de los modelos democráticos contemporáneos, por otra parte, erigen la transparencia como una de sus banderas primordiales. Angela Merkel, por ejemplo, trabaja en un edificio con paredes de cristal. Un transeúnte con vista de águila o con unos buenos binoculares, puede mirarla despachando en su escritorio cualquier día de la semana. El secreto es visto como un acto indeseable que levanta sospechas inmediatas. Como bien dice el filósofo alemán Georg Simmel, “todas las relaciones de los hombres entre sí, descansan, naturalmente, en que saben algo unos de otros. El comerciante sabe que su proveedor quiere comprar barato y vender caro; el maestro sabe que puede suponer en el discípulo cierta cantidad y calidad de conocimientos; dentro de cada capa social el individuo sabe qué cantidad de cultura aproximada cabe suponer en los demás. Indudablemente, de no existir tal saber, no podrían verificarse las relaciones de hombre a hombre aquí referidas”.

¿Cómo tender un puente sano entonces entre la necesidad de saber para poder trazar espacios sociales que nos vinculen y la dosis de secreto necesaria para que podamos funcionar? Sin duda el acceso a la información y la consecuente prerrogativa gubernamental de retenerla son asuntos centrales en la construcción de cualquier gobierno. Un gobierno tiene el derecho de retener información relacionada con su seguridad nacional, no así con el ejercicio presupuestal que proviene de la recaudación tributaria o de la gestión de las riquezas naturales.

En nuestro país el problema se zanja de manera muy sencilla: el ostracismo informático es prácticamente total y cuando la información logra escapar de la prisión oficial se recurre sistemáticamente a la mentira o a su prima hermana, la negación, como instrumento de defensa.

En ese contexto sorprende gratamente la entrevista que el gobernador de Guerrero Rogelio Ortega Martínez concedió al periodista español Jan Martínez Arhens (El País, 8 de febrero de 2015). Ortega Martínez acepta sin tapujos la dramática situación del estado de Guerrero. Dice cosas como “Si Guerrero da miedo fuera, imagine vivir aquí”. Acostumbrados a políticos que utilizan –si es necesario- la violencia o la intimidación para evitar la circulación de información (véase el caso Veracruz, entre muchos otros) o a otros que ante pruebas flagrantes de delitos (como el conflicto de interés que atraviesa un amplio espectro que va desde Iztapalapa hasta Los Pinos) mienten con desfachatez y cinismo, escuchar declaraciones honestas causa un desconcierto que nos recuerda cuán honda e insalvable es la brecha que separa en México a los ciudadanos de los gobernantes que los representan.

 (DIEGO RABASA)