“Esto es amor”, por @diegoeosorno

Para Federico Campbell, caballero andante

La semana pasada, Raymundo Pérez Arellano pasó por mi estudio en el Barrio Antiguo de Monterrey. Estaba recién llegado a la ciudad para iniciar una investigación sobre los operativos especiales de la Procuraduría de Coahuila para buscar a cientos de personas desaparecidas durante la guerra del narco. A la mañana siguiente tomamos carretera desbocados para iniciar nuestra travesía en Piedras Negras.

Raymundo es un reportero al que admiro desde que ambos estudiábamos y vagábamos juntos en la universidad y que ahora trabaja en Punto de Partida, un programa de Televisa en el que se hace un periodismo televisivo excepcional. Cuando iba al volante recordaba el 3 de marzo de 2010 en que Raymundo fue secuestrado por un comando de la mafia mientras reportaba la situación en Reynosa, Tamaulipas, otra de nuestras explosivas ciudades acá en el noreste del país.Tras ser sometido y llevado a una casa de seguridad, donde fue torturado y amenazado de que no podía contar nada de lo que ahí sucedía, al cabo de unas horas Raymundo fue dejado en libertad junto con Juan Carlos, su compañero camarógrafo.

Por desgracia, esto último no sucedió con el reportero Gregorio Jiménez, quien fue secuestrado por un comando en Coatzacoalcos, Veracruz y, pese a una campaña pública impulsada por cronistas como Luis Guillermo Hernández y otros colegas de Periodistas de a Pie para exigir su presentación con vida, fue hallado muerto en una fosa clandestina

Tras vivir aquella experiencia trágica en Reynosa, Raymundo dudó sobre su oficio pero no renunció a seguir siendo reportero. A casi cuatro años de distancia, desde el primer minuto de haber arribado a Piedras Negras, Raymundo estaba haciendo su trabajo de siempre entrevistando a la familia de una persona desaparecida en la región. Después agentes, colegas locales, funcionarios públicos, jefes policiacos y otros familiares de víctimas, alargaron el desfile de conversaciones para tratar de desenmarañar tanto horror escondido en esta zona. Esa tarde anduvimos entre brechas y caminos monte adentro hasta dar con varios ranchos en los que los cuerpos de decenas de personas secuestradas fueron sistemáticamente incinerados en tambos de diesel. Esta desolación e inhumanidad que destruyó en silencio a pueblos enteros y que fue encubierta oficialmente, estará cada vez bajo mayor escrutinio público, gracias al periodismo.

De eso se trata este oficio: de arrojar luz donde el poder quiere que haya sombra. Por eso el asesinato de Gregorio Jiménez y de tantos otros colegas en México resulta un agravio no solamente para los trabajadores que ejercemos este oficio. Quizá porque pese a todo soy una persona de esperanzas, tengo la impresión de que, pese al boom del info- entretenimiento en las redacciones de los medios de comunicación, son más los compañeros que creen que el periodismo es un instrumento de servicio público y por lo tanto se ejerce para buscar que nuestras sociedades sean más justas y más libres. Por eso la justicia y la libertad, valores de los que nos beneficiamos todos los ciudadanos, también son perjudicados con agresiones como la de Gregorio Jiménez. Exigir que los reporteros dejen de ser asesinados es defender la libertad de pensar, de saber y de expresar que todos ejercemos cotidianamente. No hacerlo es darle una mayor presencia a la sombra y al silencio en nuestras vidas.

Raymundo y yo regresamos ya muy noche a Piedras Negras para conseguir una habitación de 400 pesos en el Motel del Sol. Dormimos unas horas antes de salir al alba del día siguiente a continuar investigando. En algunas esquinas, unos jóvenes vendían ramos y arreglos con rosas rojas, adornados con frases cariñosas. Era el Día del Amor.

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 (DIEGO ENRIQUE OSORNO)