La antipolítica de Donald Trump

De Hitler nadie lo creía. Los intelectuales europeos lo consideraron un payaso, un cirquero, un demagogo, un merolico sin ninguna posibilidad de alcanzar el poder. Lo mismo sucedió con Donald Trump. Al principio sus comentarios generaron rechazo y también una risita sarcástica, despectiva. Sin embargo, a lo largo del último año, lo hemos visto subir como lumbre en las encuestas y ya nadie se ríe del asunto. Hace seis meses ningún politólogo hubiera creído que Trump alcanzara la candidatura del Partido Republicano. Hoy, en cambio, nos preguntamos aterrorizados cuántas posibilidades tiene de ser presidente. Lo de Trump fue una revelación: un porcentaje inmenso de estadounidenses salió del clóset y, cobijado bajo la sombra de este burdo millonario (ejemplo de hombre exitoso, según los criterios norteamericanos), se atrevió a dejar la corrección política y a declararse simpatizantes. Pero ¿simpatizantes de qué? De una economía de ultraderecha, donde no cabe la idea de un Estado ni medianamente solidario, simpatizantes del racismo, de la xenofobia, de la misoginia, del clasismo y, sobre todo, de la incorrección política. Con sus declaraciones, Trump arremete contra los míticos y fundacionales valores estadounidenses. El país de las oportunidades, la tierra de la libertad que ha recibido con los brazos abiertos a millones de inmigrantes, refugiados de la miseria y de las guerras, ya no parece identificarse consigo mismo.

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Aunque hace un año se trataba de la hipótesis más descabellada posible, hoy no podemos sino preguntarnos: ¿qué pasaría si Trump fuera electo? Ante esa ominosa posibilidad, uno tiende, una vez más, a tranquilizarse pensando que el sistema de pesos y contrapesos es tan fuerte en Estados Unidos que probablemente no tendría el apoyo necesario para llevar a cabo sus amenazas y desplantes. En más de una ocasión hemos visto a presidentes maniatados por las oposiciones del congreso. Si no, pregúntenle a Barak Obama…Pero nunca se sabe. Estados Unidos parece estar dando un giro inesperado. ¿Quién garantiza que no se contagiará al congreso?

Yo, en lo personal, sigo esperando las reacciones de los estadounidenses pensantes. Cuento las horas para que hagan campaña, se manifiesten e impidan de todas las maneras posibles que el peor escenario se produzca. Ayer, un día después del triunfo de Trump durante el Súper Martes, Google registró un aumento en las búsquedas para emigrar de EU a Canadá de 300% por la mañana ¡y de 1200% por la noche! Como primera reacción, pensar en mudarse a Saskatchewan me parece comprensible, pero no puede ser la única. La subida vertiginosa de Donald Trump revela grietas profundas en el sistema democrático, esas mismas que denunciaba Platón cuando decía que no se puede confiar en las decisiones de una mayoría profundamente ignorante. Al atacar los derechos humanos, Trump se convierte en un disidente de la democracia, pero aprovecha el juego democrático para llegar al poder. Más que nunca cabe preguntarse si existe una manera de proteger a la democracia de sí misma. Si es así, no creo que pueda estar separada de la educación, la igualdad de oportunidades, el respeto a la minorías y la rendición de cuentas.