Iguala y los que ya no podemos ser, por @PPmerino

En las marchas que de manera espontánea se generaron a partir de la tragedia de los 43 normalistas de Ayotzinapa; también de manera espontánea nació la frase “fue el Estado”; como una invitación a reflexionar sobre las causas sistémicas de la tragedia, como una barrera para no caer en repetidas, obsoletas, y personalistas explicaciones a un episodio al tiempo anómalo y repetido.

Creo que las respuestas intelectuales a la frase no han estado a la altura de la demanda y sus dimensiones. Han optado por responder ignorando su significado; inventando otros; eludiendo argumentar; adivinando negras y anárquicas intenciones. Tiene su dosis de tristeza que en esta coyuntura no nos permitamos siquiera tomarnos en serio.

Pensar que quien dice “fue el Estado” habla de un crimen de Estado, es falsear el sentido de la frase. Lo ocurrido en Iguala no se configura jurídicamente como un crimen de Estado, eso lo sabe cualquiera; pero desde ahí inferir que, si no hay crimen de Estado, entonces no hay responsabilidad, es en el mejor de los casos torpe, en el peor, perverso.

Hay una versión aún más rudimentaria a lo anterior, leer que al responsabilizar al Estado estamos poniendo al presidente como autor material e intelectual de la tragedia. ¿Qué lectura del Estado soportaría esa lectura? La trampa aquí es que si no es la mano del Presidente la que disparó, entonces el Estado no es responsable. Y hay quien cae…

También los hay que se manifiestan sorprendidos y desencantados porque nadie sale a marchar contra los criminales. Como si al decir “fue el Estado” uno dijera “no fueron los narcos”. Limitadísima lectura del Estado que busca sólo disculpar a quienes lo ocupan. Me explico.

Nuestra relación con los criminales pasa por el Estado, ESA es la razón misma de su existencia: centralizar el uso de la fuerza con nuestro explícito consentimiento y con él, castigar a quienes la usan sin nuestro consentimiento. Nuestra condena a los segundos pasa por lo primero y desde ahí se ejerce.

Hay dos aspectos clave aquí. Primero, cuando decimos “explícito consentimiento” hablamos de la configuración en la administración de la fuerza pública; es decir, el Estado de derecho. Un mapa detalladísimo de los límites y alcances a su uso, sus contrapesos, sus sistemas de monitoreo y alarma, sus protocolos, y los mecanismos judiciales para castigar. Segundo, ese consentimiento se renueva, modifica, reconfigura, y permanece vía los puntos de contacto entre ciudadanos y quienes ocupan el aparato estatal (i.e. gobierno), centralmente dos: representación política y protección judicial frente al Estado (que incluye, evidentemente, la defensoría efectiva de derechos humanos).

Si ambos aspectos se encuentran atrofiados y/o presentes selectiva e intermitentemente y/o distribuidos sistemáticamente de manera desigual entre ciudadanos; como estoy convencido que ocurre en México; entonces el sustento mismo de la administración de la fuerza; es decir, la configuración del Estado mexicano, se debe colocar al centro del análisis. Esa ES su responsabilidad, ese ES el Estado que sí fue.

No para destruirlo, para salvarlo.

Esto nos lleva a diagnosticar y reformar: el sistema de justicia penal; la estrategia de seguridad; nuestro sistema electoral; nuestro ausente sistema de representación; el sistema oligopólico que llamamos de partidos; los mecanismos de acceso a “lo público”; los puntos de contacto, demanda y defensa contra el Estado. Es decir, nos lleva a reconfigurar al Estado.

De lo contrario, quienes sostienen (pero no argumentan) que no fue el Estado, están forzados a darnos una canasta de causas que expliquen Iguala y soluciones que eviten su repetición que NO toquen al Estado. Eso, o actualizar sus conclusiones. Lógicamente, uno no puede salir a decir que no fue el Estado y al mismo tiempo implorar que debemos hacer valer el siempre invalidado Estado de derecho en México.

Esto demanda un análisis y debate rigurosos, serios, exhaustivos y honestos. No cabe ya distorsionar; ver un cacho de realidad y negar ver otro; doblar significados y destruirlos triunfantes: construirse molinos de viento, inventarse batallas y publicar el parte en el espacio privilegiado que te paga un periódico –asumo – insostenible sin dinero público.

Sobre todo, no cabe ya negarse a de-componer y re-componer un sistema del que se ha sido cómplice o beneficiario a costa de muchos excluidos del Estado; entre ellos, los 43 de Ayotzinapa.

Esos ya no podemos ser.

(José Merino / @PPmerino)