No me regañes, Gaviota, por @warkentin

Dicen que la mejor defensa es un ataque. O como diríamos en la jerga fiestera de los ochenta: si te arma un pancho, regrésale un contra-pancho. Que aquí gana el que porta la mirada más flamígera.

Tengo para mi que quien hoy diseña las estrategias de comunicación gubernamental en este heroico país nuestro, mantiene el alma anclada en esa máxima ochentera. Afila la vista y hazla flamígera, que de lo demás nos encargamos nosotros. O algo así.

El martes de esta semana me fui a dormir con la sensación de que me habían puesto una tremenda regañada. Un poco como cuando de niña mi madre se aventaba ojos concentrados y fulminantes, palabras precisas, y en una de esas un chanclazo volador. Entonces no había manera de limpiar el alma. Sabías que te la habías buscado. Y pues a apechugar, compañeros, que en el sueño recuperabas el horizonte. Pero este martes estuvo doblemente jodido: porque me fui a dormir regañada; y me estaban regañando por algo que no habíamos cometido.

El presidente Peña Nieto sale a cuadro. Esa mañana de ese martes. Y ahí te va el primer reglazo: que si lo único que buscan es desestabilizar nuestro proyecto de gobierno, que si nosotros bien ellos mal, que si que si… La mirada fija, la voz recia, el tono elevado. Que se note que estoy enojado, pues. Nunca nos dijo quiénes son los desestabilizadores. Pero intuyo que desde el poder se infiere que los mensajes se leen como acto de fe: ¡créanme! Alguien pudo haberle dicho al Presidente que el genérico “desestabilizador” desestabiliza más. Pero esas son sutilezas. Ya lo sé. Lueeeeego en la noche nos cayó Angélica Rivera. Y ese reglazo se sintió más fuerte. La mirada gélida, la voz en indignación. Que yo compré, que yo tengo dinero, que yo he trabajado, que la casa es mía, que todo transparente, que tal y tal. ¡Ay, nanita! No me gustó nada cómo me hablaron. Me sentí culpable hasta de haberme robado esos chicles de esa tienda de esa esquina.

Chunga aparte, creo que la Presidencia está perdiendo una gran oportunidad de dar la cara y encontrarse con esa ciudadanía inquieta. Un discurso empático, aunque firme; con datos, que no insinuaciones; con horizonte, que no portazos encerrados; con reconocimiento, que no recriminaciones; un discurso acorde a los tiempos que corren, pues, y al deseo de ser una sociedad de participaciones y no de ilusiones. Eso era lo deseado. La realidad fue una diatriba, en dúo, desde la más rancia verticalidad.

¡Qué miedo!

¿Y si lo intentamos de nuevo? Porque, a pesar de lo que cree, señor Presidente, muchos mexicanos –por muy indignados que estén– no quieren que naufrague el país. Sólo queremos participar en la construcción de un horizonte mejor.

Aunque suene

(GABRIELA WARKENTIN / @warkentin)