La cruda, por @antonioortugno

Tuve, anoche, una pesadilla en la que se oía al locutor de toda la vida del STIRT decir: “Recibamos con un cálido aplauso al licenciado Nabor Cthulhu Juárez Frías, gobernador constitucional…”. Debe ser uno de tantos síntomas de cruda electoral.

Porque la borrachera fue terrible. Pasé los últimos días de campaña electoral enzarzado en discusiones con amigos que abogaban por la anulación del voto. Al calor de los argumentos cruzados y las tarascadas mutuas, me temo que se quedaron convencidos de que andaba yo de porrista del INE (posición que, francamente, nunca he tomado ni tomaría) y yo de que ellos presumían, de repente, una pureza política más bien dudosa (varios se pasaron las últimas dos elecciones presidenciales fastidiándome para que votara por su candidato preferido, que, en aquellos lejanos tiempos, ay, los fascinaba y les parecía un almanaque de virtudes morales).

Total que nos quedamos igual. Ellos anularon y yo voté (aunque anulé uno de mis tres sufragios y quizá alguno de ellos cruzó el nombre de un candidato, pero en las querellas es complejo entrar en detalles y apreciar matices). Incluso podemos decir que el país también se quedó igual de lo que estaba antes de las elecciones. O peor, porque el dólar sube cada día y nos devalúa la vida un poco más (asunto que tiene directamente que ver con la política económica imperante, que sale de cada votación reforzada con un nuevo endoso aunque nos aniquile, tal como demuestran los recientes éxitos del dólar ante nuestros pobres pesos).

El problema de las campañas es que nos hacen pensar que el asunto se acaba con pararse por la urna, votemos o anulemos en ella, y nuestra responsabilidad se desvanece por los aires al salir. Así, los resultados de nuestros afanes electorales son unos monstruos que la inmensa mayoría de los votantes no desean ni procuraron y en los que no se reconocen, como por ejemplo la supervivencia de zombies electoreros como el Partido Verde (esa moderna cueva de bandidos y mañanas) o Nueva Alianza, que en la práctica son otras maneras de votar por el PRI. Comparto el desencanto moral por la democracia mexicana, pero me temo que hay que hacer más que anular (y que votar) para mejorarla.

Nunca he conocido a un militante priista desencantado. Supongo que porque, de entrada, ninguno de ellos era un idealista (los hay, sí, que encontraron una mejor chamba en otros colores y migraron: huelga decir que no eran precisamente demócratas puros). La inmensa mayoría de mis amigos y conocidos anuladores son gente que se identifica con la izquierda o al menos con el progresismo. Y están hartos. Como muchos más. Pero estar harto no basta para la necia y nociva realidad que vivimos. ¿Qué vamos a hacer a partir de este lunes, ya sin votaciones? ¿Vamos a esperarnos otros tres años, a las presidenciales, para ver si nos hacen caso?

(ANTONIO ORTUÑO)