La mamá de un Piojo

Inseguro, toqué a la casa de la mamá de Miguel Herrera en la colonia Álamos porque quería escribir una semblanza del técnico nacional para la revista Emeequis. Pensaba que Maricela Aguirre me daría un portazo. Y no. Sin conocerme, cordial y sonriente me invitó a su sala y esto contó:

“Estaban chiquitos mis niños cuando su papá se fue; desde entonces se olvidó que tuvo 4 hijos. A los 23 años ya estaba sola, con dos niñas y dos niños. Un día los reuní y les expliqué algo: ‘La unión hace la fuerza y ustedes son cuatro. Aunque no tengan papá, comen y van al baño por la misma parte que cualquiera. Son iguales a todos: sean gente respetuosa y decente, pero que nadie los trate mal ni abuse de ustedes’.

Cualquier mamá piensa que su hijo es maravilloso. Y Miguel lo era (se ríe): la gente lo quería abrazar aunque no era un bebé bonito. Era llamativo: rubio, con sus ojos entre azules y verdes, y sus pestañas blancas. Creció en nuestra colonia, la Narvarte, donde era amiguero y querido. Tenía ángel, pero sobre todo carácter y sangre.

Ya en la adolescencia hubo situaciones fuertes con su hermano (mellizo) ‘Tito’, que me decía: ‘Mamá, dile a Miguel que no se meta con mi novia’. Y Miguel me contestaba: ‘Mamá, tranquila, sólo estoy vigilando que sean buenas chicas’.

Desde chamaco siempre seguí a Miguel a todos sus partidos, así jugara en campos de tierra alejados, como en Milpa Alta. Ahora que voy a palcos de lo mejor, recuerdo cuando era jugador llanero y yo me sentaba a verlo, sobre un ladrillito si era necesario. En Cachorros Neza, donde debutó como profesional, ganaba el sueldo mínimo y le daban un vale para viajar gratis en trolebuses y camiones. Ya en Atlante, con su primer hija, pudo comprar un departamento en la calle Certificados. Y en Toros Neza le dieron un precioso convertible. Desde ese momento la situación cambió.

Cuando Miguel iba a la Primaria Laos yo le pedía: ‘estudia, hijo’. Él se defendía: ‘Mamá, traigo buenas calificaciones’. Yo sé por qué le iba bien: las maestras lo adoraban.

Desde los 6 años, a Miguel y su hermano los solté mucho: cruzaban solos las calles, iban a todos lados y se movían por la ciudad. Me decían, ‘¿mamá, nos das permiso de ir a la glorieta?’. Sí –les decía-, y de una vez tráiganse el pan’. Con la pelota habían roto en casa toda la cristalería. Por eso les di autonomía: podían ir a donde quisieran si no jugaban fut en la sala y si hacían la tarea, lavaban su ropa y ordenaban su cuarto. De tanto soltarlos se hicieron más fuertes que otros niños.

Yo me volví a casar; con ‘Lalo’ Horta, mi esposo, empleado del IMSS, tuve otras dos hijas (Claudia y Margarita). Para que en las mañanas, mientras yo trabajaba, Miguel cuidara a ‘Magos’ -la bebé-, decidí sacrificarlo a él inscribiéndolo al turno vespertino.

Hasta hoy, a Miguel le fascina aventarse cinco películas seguidas en el cine. Me lleva con él y le digo: ‘Ya las vimos todas, Miguel, y además dicen que ésa está mala’. Al final entramos, me quedo dormida y se molesta: ‘Mamá, me interesa que prestes atención a las historias’. ‘Ay, hijo –le digo-, pero si ya las vimos todas’.

Sentí riesgoso que agarrara a la Selección. Después de que lo presentaron le pregunté: ‘Hijo, ¿no estás angustiado? Yo, sí’. ‘Te estás muriendo?’, me respondió. ‘No’, le dije. ‘¿Mis hijas están sanas, mi esposa está bien?’, volvió a preguntarme y le contesté que sí. ‘Entonces no hay por qué angustiarse –me dijo Miguel-. Todo saldrá bien’.

(ANÍBAL SANTIAGO / @apsantiago)