La verdad vende

El máximo directivo del diario subió a la tarima con su traje alisado, impecable, para dar un mensaje a sus periodistas. Instalado en su púlpito, quizá viéndonos como fieles en espera de la prédica, dijo ante el micrófono: “La verdad vende”.

Las palabras resonaron en el patio de la redacción y se hizo un silencio sacro.

No pronunció “la verdad dignifica”, “la verdad enaltece” ni “la verdad es su sagrada misión como periodistas”. Dijo “la verdad vende”. En un país donde los medios solían exaltar o encubrir las ruindades del poder para recibir dinero, él persuadía a sus empleados de rechazar chayos, embutes, sobornos oficiales, con un argumento: en el mercado de la información ya cotizaba mejor la verdad que el engaño, y como la verdad le hacía ganar más, podía pagarnos un buen sueldo.

Quizá en otro siglo, país o galaxia jamás alguien se preguntaría “¿para qué soy honesto?”; simplemente lo era porque la honestidad alienta el bien general.

En México no. El jefe del diario asumía que para ser honestos debíamos oír el clin clin de las monedas en nuestro bolsillo. ¿Estaba mal? Aunque el ideal fuera la honestidad por convicción, las manos de sus periodistas estaban limpias. Honestidad utilitaria.

A 17 años de eso, me entero, como todos, de las averiguaciones del GIEI: sin pretenderlo los normalistas de Ayotzinapa pudieron secuestrar un autobús con heroína del cártel Guerreros Unidos. “La invisibilización de este autobús –indica el organismo- tuvo serias consecuencias para la investigación ya que no se indagó la posible presencia de la Policía Federal en la escena del crimen”. ¿Acaso el gobierno, a un año de la tragedia, no sabía nada de ese vehículo? Campa, subsecretario de la Segob, lo aclaró: “El planteamiento que tiene que ver con estupefacientes es una línea de investigación muy delicada, por lo que significa. Por eso sólo a partir de una posición tan independiente, como la de los expertos, puede plantearse con esa claridad”.

Es decir, la autoridad sí lo sabía, pero para evitarse broncas hizo mutis. ¿Cuánto le ha costado al gobierno mentir y omitir sobre Ayotzinapa? Fortunas, morales y quizá monetarias. El descrédito es inconmensurable. Desde las desapariciones, a Peña y su gente los repudia buena parte de la sociedad. Lo desprecian gobiernos de otros países y sus pueblos. De sus reformas, marmóreo pilar sexenal, pocos se acuerdan. Desde que los 43 no están cuesta creer cualquier palabra del mandatario, y entonces el país se mofa de lo que da risa y lo que no, de la banda presidencial resbalándose, de que Benito Juárez aún vivía en 1969 o del “estado Lagos de Moreno”. 

¿Qué provecho sacó el gobierno de las “verdades históricas” que sobre Ayotzinapa omitieron, engañaron, mintieron?

Ya ni siquiera les pedimos honestidad por convicción. Ustedes, gobernantes, por su propio beneficio también ya deberían entenderlo: la verdad vende.