‘¡Legalicen las mordidas!’, por @monocordio

Cuenta el Antiguo Testamento que por una mordida al fruto prohibido Eva y Adán fueron expulsados del paraíso terrenal. Años más tarde –y en otro Reino– la pobre Blanca Nieves cayó en coma por darle una simple mordidita a la manzana que le ofreció la bruja.

En 1997 a Mike Tyson le fue retirada su licencia de boxeo en Nevada (aunque un año después se la devolvieron) y le descontaron 3 millones de dólares por arrancarle un pedazo de oreja de una mordida a su oponente Evander Hollyfield. Ayer, para no ir tan lejos, el futbolista uruguayo Luis Suárez fue suspendido por la FIFA con nueve partidos por haber mordido a un rival en el hombro.

Las mordidas siempre han sido juzgadas con severidad (salvo en México). Quizás por eso nos encantan. Pocos actos humanos delatan tanto nuestra naturaleza animal como pegarle una buena mordida al prójimo; o una mordida pequeña, sutil, en la oreja, en el cuello o a dónde nuestro instinto vaya solicitando los dientes. ¿Cuántos no hemos envidiado al vampiro que sutilmente prepara a su víctima para morderla y chuparle la sangre? ¿Cuántos no hemos deseado en medio de la pasión comernos literalmente al ser amado como un vil zombi? ¿Cuántos en el momento más decadente del karaoke no hemos adoptado el papel de Erik Rubín en “Ámame hasta con los dientes” sólo para gritar: “muérdeme un labio”?

Morder es parte de nuestro instinto: todos los bebés muerden y todos l@s que tenemos hij@s hemos cometido la idiotez de meterles el dedo a la boca a ver cómo nos lo arrancan. A veces lo hacen por ansiedad o por enojo, o a veces como una manifestación desaforada de afecto.

Si les parece que la mordida de Suárez en el hombro de su rival fue dolorosa, pregúntenle a una mujer que esté amamantando a su bebé.

A veces también las mordidas, aunque empiecen amorosas, pueden llegar a ser terribles.

El año pasado en Argentina una mujer le mordió el pene a su amante en pleno fellatio cuando los descubrió el esposo. Y hace casi un lustro en Costa Rica otra mujer no sólo se lo mordió sino que también se lo arrancó a su pareja después de que él le dijera: “¡cómeme, cómeme!” Navegando en las turbulentas aguas del internet encontré a un usuario que preguntaba: “¿Dejarse morder un brazo por un tiburón es una prueba de amor?”. A lo que diversos internautas le respondieron que eso sólo era una prueba de que era un estúpido.

Las mordidas han acompañado al ser humano en su loco afán por comerse al mundo. Siempre han estado ahí: mordiéndonos. Es lo único que hacen. La cosa es saber si uno es el que muerde o es el mordido, aunque afortunadamente la vida nos permite jugar en ambas posiciones, hasta que el Corega nos alcance.

Lamento lo de Luis Suárez, como lamento lo de Blanca Nieves y lo del paraíso terrenal. Lamento que las mordidas sigan siendo tan molestas para muchos y se castiguen así, pero el lobo feroz no pidió tener los dientes tan grandes. Los humanos muerden, salvo los que ladran, y si no lo siguen haciendo después es porque lo reprimen en la infancia.

Ya sea como defensa ante el agresor o como caricia extrema la mordida debe ser reivindicada como patrimonio de nuestra animalidad suprema.

Por eso aprovecho esta magna tribuna para exigir la despenalización de las mordidas, para así poder mordernos libremente los unos a los otros, como los animales humanos que somos, antes de que mordamos el polvo.

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 (FERNANDO RIVERA CALDERÓN / @monocordio)