“Limpiaparabrisas”, por @alexsanchezmx

Hace unos días un amigo puso a todo volumen Un Poco de Sangre Roja, éxito de la Maldita Vecindad, y me invadió la nostalgia. Eran esos años de principios de los noventas cuando casi no había ninis y los pocos que existían no eran catalogados como tal. La banda, formada en la Ciudad de México, empezaba a fusionar los ritmos como el rock, el ska, el reggae, el punk e influencias tradicionales de la música mexicana como el danzón y el bolero y la letra de esa rola era una gran crónica sobre la historia de José, un chico que formaba parte de ese incipiente fenómeno que emergía en los semáforos de la capital: los limpiaparabrisas.

Para ayudar en los gastos de la casa en algún momento pensé en preparar agua jabonosa, vertirla en una botella de plástico y comprar un minijalador para ponerme a trabajar; pero la canción de la Maldita se puso de moda por esos días y de alguna manera inhibió mis intenciones de pasarla toreando automóviles. “Poco de sangre roja sobre un gran auto nuevo, poco de sangre roja sobre un gran auto blanco. Nada más bello, ni más lujoso, tan poderoso como un gran auto nuevo”, así empieza el relato musical.

Esa manera de ganarse la vida a alguien se le había ocurrido y la idea se propagó, al principio, sólo en los cruceros de mayor tránsito. “Nada más bello, ni más lujoso, tan poderoso como un gran auto nuevo”, sigue el relato interpretado por el inmortal Roco, cantante y músico que se graduó en Ciencias de la Comunicación y vivía en el edificio Ermita, de especial carácter arquitectónico, ubicado en la inserción de avenida Jalisco y Revolución, cerca de Tacubaya, perteneciente a la adinerada familia Mier.

“Junior lo admira y se imagina que su auto nuevo es un caballo blanco. Y él se siente un rey valiente, tan orgulloso, que nada lo detiene”, continúa la estrofa que representa tan sólo un caso de los cientos o quizá miles de limpiaparabrisas que hay en la ciudad de México y de los que no se tiene mayores datos ni información. En la administración pasada la Secretaría de Seguridad Pública haría un censo, pero no se volvió a saber nada sobre los resultados, si es que en verdad los hubo.

“José trabaja en una esquina con otros niños limpiando parabrisas. Corre a un carro, corre a otro, jabón y trapo y muy pocas monedas. Y él se siente como en un juego que no divierte corriendo entre autos nuevos”. Hasta allí la historia me parecía normal, pero lo que de alguna manera me hizo dar un viraje en cuanto a la forma de ganar dinero para ayudar en los gastos viene después.

“Ahí está en la calle brilla como el sol, en su auto nuevo que orgulloso va. Vuela por la calle a gran velocidad, todas las personas lo miran pasar. Limpiaparabrisas cruza sin mirar un niño no puede el auto esquivar. Sólo se oye un grito golpe y nada más, demasiada sangre en esta ciudad”.

Por eso acabé como chalán en un taller donde se reparaban artículos electrodomésticos. Aprendí a reparar refrigeradores y lavadoras, a fabricar mis propias ganzúas para abrir puertas y candados, así como a montar motores sobre un tornillo y embobinarlos, lo que me permitía contribuir con algo en casa.

Pero eso ocurrió hace 22 años, cuando el desempleo no era problema en la ciudad de México. Cuando México no ocupaba el deshonroso tercer lugar a nivel mundial en ninis. Oportunidades no faltaban. Hoy, sin embargo, las cosas han cambiado: ya hasta en la vía pública es difícil encontrar opciones. Calles y avenidas están atestadas de trabajadores informales. Según el gobierno del DF, aquí hay 258 mil desempleados y el 40% son jóvenes.

Por todo eso, ese material, El Circo, grabado en 1991 por los Hijos del Quinto Patio (su primera producción que los catapultó como una de las mejores bandas chilangas), me sigue trayendo nostálgicos pensamientos.

(((DESTACADA)))

(ALEJANDRO SÁNCHEZ)