Los changos de Chapultepec, por @antonioortugno

Ya no recuerdo si la entonaba Tintán o Viruta (el de Capulina) pero sé bien que existe una canción cuyo estribillo reza: “Los changos de Chapultepec/los changos de Chapultepec/son buenos, son buenos/nomás para usted”. Tal como esos simios acomodaticios son nuestros políticos. Desmemoriados, cambian de colores a las primeras de cambio, y brincan de un bando “irreconciliable” a otro con agilidad prodigiosa. Lo que les parece “intolerable” cuando están en la oposición (contratos cedidos a compadres sin licitación de por medio o colocación de esposa, hijos, tíos y yernos en la nómina, por ejemplo) es lo que directamente hacen al llegar al poder, como si no existiera incongruencia en ello.

Esto sucede en un medio político cuyos personeros se pasaron un par de decenios proclamando (es decir, festejando) el fin de las ideologías. El resultado es que apenas existen ya diferencias entre una fuerza y otra, más allá de los colores de los logotipos. Enfrascados en la búsqueda de votos, en las componendas legislativas, en el reparto presupuestal, los partidos sencillamente no tienen identidades definidas y ni siquiera “visiones del mundo” diferenciadas. Les quedan, a lo sumo, unos pocos tics. Así, los panistas son mochos, los priistas autoritarios y los perredistas vociferadores. Pero a la hora de levantar la mano o firmar el cheque, no hay diferencias. (Una excepción sería el Verde, partido que nunca se tomó la molestia de fingir que tenía ideas o principios.)

Todo se trata de pragmatismo. Así, si privatizan no lo hacen porque esa medida haya dado resultados (ha sido un desastre y una sangría cada vez) o forme parte de un plan de gobierno coherente, sino para ver qué sacan bajo el rubro de mochadas y sobrecitos. Emprenden, en tiempo de elecciones, campañas de feroz denuncia contra los cochupos ajenos… y son correspondidos con anuncios clonados que señalan sus propios latrocinios. Incluso cuando se gruñen, nuestros políticos lo hacen con el mismo histrionismo con que los luchadores gringos se propinan los mamporros: lo hacen para las cámaras. Al final del día son una casta homogénea, sus hijos se casan entre sí, ellos se asocian, acaban todos de viaje y copas a la menor provocación.

Y cuando el amor en el propio color político se acaba, pues se brinca uno de partido. Total que compadres hay en todos lados y uno se acomoda y espera el momento adecuado para regresar al presupuesto. Así, don Manuel Bartlett pasó de “se cayó el sistema” a ser un prócer de la patria. Así, don Porfirio Muñoz Ledo casi dio la vuelta entera al cuadrilátero (aceptaba con sarcasmo que nunca fue panista porque “no daba el perfil étnico”) sin perder la sonrisa. Estas perlitas del ayer mostraron el camino a las nuevas generaciones. Hoy todos son unos changos de Chapultepec.

(ANTONIO ORTUÑO)