Marea de libertad, por @goliveros

El lunes pasado, decenas de cuentas de artistas y cantantes cambiaron su avatar a un azul profundo. Era el anuncio de una movida que trata de cambiar las reglas del juego en la industria musical a partir de la calidad.

Cuando a finales de los años noventa surgió el mp3, las preocupaciones de los disqueros eran pequeñas, las razones eran sencillas: la calidad de compresión era mala y la distribución era difícil aún ante la velocidad del internet y las herramientas para transformar archivos.

Un bienio después las cosas cambiaron. Las velocidades a nivel mundial comenzaron a subir y los usuarios se percataron que había distintas calidades de archivos. El principio del fin llegó a partir de la idea de un estudiante que popularizó el intercambio entre pares de archivos en un programa llamado Napster.

La industria sufrió el primer choque en ese 2000 y sólo pudo recuperarse a partir de la simplicidad de la tienda musical de Steve Jobs.

Ahora, con velocidades más homogéneas y estables alrededor del mundo, el mundo del mp3 deja el paso al streaming. Siete años desde la aparición de Spotify en Europa han bastado para que servicios similares como Deezer y Rdio creen una salida sencilla y universal para el disfrute de la música.

Disfrute que no les sale a los músicos.

Sí, el streaming deja pingües ganancias a disqueros y, sobre todo, a los dueños de las compañías que lo hacen. No así a los músicos que, además, encontraron un hueco por el que pueden explorar: calidad.

Spotify y similares tienen un sonido aceptable, pero en un mundo que exige cada día más cuidado en el detalle, la alta definición -pariente cercano de la alta fidelidad- es el arma de Tidal, servicio que ofrece casi tres veces la calidad de Spotify y, como garantía, el respaldo musical más importante que se recuerde.

Como lo hicieron actores en la primera mitad del siglo XXI, los más connotados músicos de cada género -desde Daft Punk hasta Madonna, pasando por Beyonce y Kanye- proponen ahora a sus seguidores que los escuchen tal y como ellos imaginaron sus canciones en estudio, sin pérdida alguna, sin intermediarios.

La idea es atractiva. El ver unidos a un grupo tan disímbolo -los Vengadores de la música, se autodenominaron- es el mejor golpe de mercadotecnia para lanzar un servicio en un mercado competido. Como todo, tiene sus defectos: no es factible escuchar aun en México -a menos que utilices el auxilio de Hola.org- y, obvio, las bocinas de tu iPhone o tu tableta no sirven para entender y vivir el objetivo.

Pero la marea ya comenzó y pretende borrar del mapa a aquellos que, hasta el lunes, se llevaban el mejor pedazo del pastel.

Disqueros incluidos.

(GONZALO OLIVEROS)