“Mota que sana. Mota que mata”, por @APSantiago

“¡Mike!”, gritó un chavo de larguísima barba para que su amigo de rastas atrapara lo que iba a lanzarle. Y entonces por el aire mañanero del Golden Gate Park voló un diminuto cilindro blanco que Mike, pese a su esfuerzo, no atrapó. El objeto cayó a mi lado. Lo rescaté de entre el césped y lo acerqué a mis ojos: “Weed”, me aclaró su dueño, como para que supiera que eso que yo le devolvía era un carrujo de mariguana.

Seguí mi paseo por el monumental parque de San Francisco mirando el paisaje. Desde los grupitos de cinco o seis personas, el humo de la yerba se iba elevando: en los cipreses donde platicaban, al borde del Lago Lily Pond, en las colinas donde sentados tocaban la guitarra. Sus mentes deambulaban por mundos etéreos pero consumían con una discreción ritual: su pasión por la mariguana no debía alterar la paz sagrada de los chicos que a su lado jugaban frisbee, de las mamás que paseaban en carreola a sus bebés, de los niños que corrían por los prados.

-En California todos fuman libremente -me dijo ese día de hace dos semanas mi amigo Adam, uno de los millones de consumidores de mota de ese estado, donde la planta es legal.

De pronto, alcé la vista: “Alcohol prohibited”, indicaba un cartel en lo alto del parque. “El alcohol: eso sí que no se tolera”, me advirtió Adam.

En seguida, observé una patrulla estacionada frente a los fumadores, con un agente dentro.

-¿Qué hace ahí?-, le pregunté.

Es sólo para que no haya peleas o para auxiliarnos si necesitamos algo. La policía no nos hace nada porque tenemos esto-, dijo y sacó una tarjeta de su cartera: “Medical Cannabis ID card”, pude leer en la licencia que lo habilita para consumir, firmada por un tal doctor Harrigan.

¿Padeces migraña, insomnio, obesidad, ansiedad, depresión, artritis y hasta glaucoma y cáncer? “Toma Mariguana”, te sugerirá uno de los miles de “green doctors” que en la costa oeste de Estados Unidos recetan la yerba cosechada en México para que luego la compres en un “Marijuana Dispensary”.

A California la protege un mantra: “No hay mal que no cure el Dios Cannabis”, venerado en tiendas de hermosas pipas, playeras “proselitistas” (en una de ellas Obama se echa un churro), parches que claman “make it legal”, refrescos, helados, jaleas, pasteles y dulces cuya sustancia madre es la mota. Jóvenes, adultos y viejos fuman serenos en calles, terrazas, plazas, conciertos, casas.

Esa mañana del 25 de julio, Adam se recostó en un jardín del parque y metió su wax -un concentrado de la planta- en un vaporizador que aspiró plácidamente. Yo dormité un rato; al despertar, tomé ocioso mi iPhone y leí una nota de El País titulada “La violencia en Tierra Caliente reta la estrategia de seguridad de Peña Nieto”. El texto añadía: “22 personas han muerto en varios enfrentamientos entre policía y supuestos delincuentes”. La imagen de la noticia era un fotógrafo obturando su cámara ante un cadáver sangrante.

Giré a mi izquierda: Adam sonreía viendo a unos niños jugar a la pelota. Contento, flotaba en su nube verde. “A los gringos –pensé-, su mariguana legal los alegra y sana”.

A nosotros, nuestra mariguana ilegal nos mata.

(ANÍBAL SANTIAGO)