“Niños”, por @wilberttorre

Todos fuimos niños. Algunos nos reprodujimos y vimos llegar a casa una versión remasterizada de nosotros mismos, a la que con frecuencia contemplamos intentando recuperar la memoria vaga de los primeros años.

Mis recuerdos lejanos son fantasmales. Era un cazador de arañas y por las noches escuchaba rugir a los leones de un zoológico cercano. Víctor Hugo congelaba abejas que salían del hielo aún vivas. Atzimba jugaba a la maestra de inglés y Neldy a la detective que espiaba a su vecina. Amando era un as del trompo. Solo recordamos algunas cosas de todo lo que fuimos antes de ser lo que somos. La primera memoria suele diluirse, decía mi padre, como una cuenta pendiente escrita en hielo.

Durante una semana observé a siete niños de entre 5 y 13 años convivir en vacaciones. Los vi absortos y muy concentrados en sus cosas. H jugaba Nintendo. A jugaba Cooking Mama y leía Insurgente. H leía Sangre de Tinta y jugaba Splashy Fish. N armaba y desarmaba un lego de Ironman y otros 17 que guarda en una coraza plástica, y leía Diario de un niño en apuros. N y H organizaban carnavales de muñecas. N producía brazaletes con ligas de colores en una fábrica diminuta. Todos hicieron lo mismo, una y otra vez, con asombrosa persistencia y ligeras variaciones –intercambian los juegos o los papeles de las muñecas, o la fábrica de brazaletes– durante una semana.

Solo abrían paréntesis para estudiar una hora por la mañana, chapotear dentro de la alberca, atrapar una lluvia de ceniza que llegó de un cultivo cercano, picar todo tipo de frituras, comer como piratas hambrientos, y ya entrada la tarde ver películas de princesas que arrojan hielo y de creaturas amarillas de un ojo que llevan gafas para nadar.

La vida adulta es con frecuencia una extensión de la infancia, un laberinto prolongado de la imaginación y los juegos y todo lo que descubrimos de niños. El arquitecto Enrique Norten desarmaba televisores en casa de sus padres. El pintor hiperrealista Víctor Rodríguez hacía levitar a sus muñequitos de Star Wars. Fernando Vallejo ha recreado en sus libros sus travesuras de infancia en una hacienda. Atzimba ahora habla inglés y traduce con pericia. Neldy dejó de espiar a su vecina y tiene una fascinación por escrutar vidas y transformarlas en historias. Amando dejó el trompo y no ha parado de dar vueltas dentro y fuera del país, estudiando una licenciatura, una maestría, un doctorado.

Si pudiera volver a ser niño, jugaría futbol y no volvería a lanzarme de la jacaranda, con aires de tarzán y el cuchillo de madera que a los 7 años me incrusté en el paladar. Comería naranjas con Miguelito y jugaría juegos virtuales fantásticos como Kirby mouse atack y Nintendogs. Jugaría esconditraes, versión fusionada de las escondidas y las traes, y leería Corazón de tinta, El libro salvaje y Mi abuelo el luchador; vería mil veces Toys Story 3 y cantaría las mañanitas en esa versión que cantaron los siete monstruos la noche del cumpleaños de Maki: “El día que tu naciste/nacieron los dinosaurios/las vacas no dieron leche/y lloraron los cavernarios”.

Si volviera a crecer no perdería el tiempo para no hacer lo que debo hacer, como hacemos los adultos. Estaría absorto en el árduo, persistente e imaginativo trabajo de ser niño.

***********************

SÍGUEME EN @wilberttorre

(Wilbert Torre / @WilbertTorre)