“Nuestros olores fétidos”, por @apsantiago

Quizá soy un anticuado que no percibe la acelerada marcha de la civilización, en la que ya quedó muy atrás la idea de que el periodista existe, en esencia, para develar lo oculto: ese secreto que el poder blinda para que jamás nadie lo descubra. Pero casi me pellizqué hasta sangrar cuando leí en el diario La Razón las siguientes líneas, que fantaseaban con el destino que merecían los maestros de la CNTE: “¿No sería genial que las calles del Distrito Federal tuvieran una compuerta derechito hacia un foso profundo? Total ahí debajo está Tenochtitlan para cacharlos. Sería la solución ideal”.

Jocosa, la columna jugueteaba con la infamia de aniquilar a los docentes. De paso, justificaba su sueño criminal porque abajo ellos tienen “su lugar”: el Imperio Mexica. Carmen Amescua, la autora, sin pudor hizo pública la idea de: mátenlos, total son indígenas. Como ella, incontables tuiteros los discriminaron por su origen, piel o apariencia (“gatos “nacos, “indios”).

El conflicto magisterial extrae a la sociedad mexicana sus hedores más fétidos, sus más aberrantes deformaciones, sus más obscenos vicios. Uno, el racismo. Y hay otros. La violencia (o sandez) del Congreso: los legisladores creyeron que bastaba crear una ley de reforma educativa, sin el consenso de los maestros, para que la acatara con cabecitas gachas ese debilucho gremio (jojo).

Luego vino la ignorancia, que cultivamos casi todos. Como para la mayoría la protesta equivalía a “¡ni madres, no seremos evaluados!”, fuimos indolentes al reducir el problema a una dimensión automovilística, como adora hacerlo la TV. Como el tráfico está detenido, grito, insulto, maldigo a esos “güevones” (unos quizá lo sean; otros no) y me histerizo ante el fin de mi mundo sobre ruedas. Lo dijo @Lolobatata: “Bájate del auto y la tragedia será sólo un inconveniente”.

¿Más aberración? La de la CNTE: inútiles para crear un movimiento amplio que encienda la conciencia colectiva, eligieron la fácil: bloquear avenidas y dañar edificios. Ergo, para el ciudadano común se tornaron execrables.

El Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación acaba de admitir que “la sola evaluación no produce la mejora” y que se requieren “acciones para fortalecer el trabajo docente (y) medidas para mejorar las condiciones en las que se desarrolla la vida escolar”. Cierto. Pero la CNTE debe asumir que en un país que anhela igualdad son inaceptables -en el ámbito que sea- los puestos vitalicios, y que su vociferado “respeto a la inamovilidad en el empleo” ofende a millones que luchan por conservar su trabajo elevando su desempeño. Aunque sea necesario que los métodos de examinación se afinen para evitar injusticias, los maestros deben ser evaluados. Negarse es bajarse al nivel del político más vil.

El inventario de inmundicias engordó cuando la Ley del Servicio Profesional Docente, al ser aprobada mientras todos dormían, magnificó la ira de los profesores. Y más aún cuando Chuayffet pateó en las nalgas a la CNTE al no recibirla porque “no son mayoría”: el secretario probó que la conciliación, único filito de luz, está fuera del decálogo del gobierno.

Todos nos hemos vuelto demonios. Todos olemos a azufre. Aquí no se salva nadie.

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(ANÍBAL SANTIAGO)