Ocho segundos, por @mariocampos

Quienes damos clases –igual que los publicistas, los candidatos o los periodistas– sabemos que el bien más escaso de nuestro tiempo es la atención. Pararte frente a un grupo de personas y retener su atención por más de 15 minutos resulta una tarea muy compleja, pues al tradicional viaje astral –en que parece que estamos en un lugar pero sólo es nuestro cuerpo– se ha sumado la competencia desleal del celular, que trae consigo un mundo de relaciones personales y de opciones de entretenimiento que resulta muy difícil de enfrentar.

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Y si eso, a los que tratamos con veinteañeros, nos resulta complicado, prepárense para lo que sigue: la generación Z. Término que comienza a crecer en los medios y que remite al sector de la población que hoy tiene alrededor de 15 años, y que ya comienza a ser objeto de estudios por su comportamiento distinto, dicen, a los llamados millennials, que hoy están ya en las universidades o recién salidos.

Los Z, término desafortunado en México por nuestra triste historia, son percibidos también como adictos a la pantalla. Su vida pasa en buena medida frente a un celular o una tablet y su noción del mundo está marcada, como es natural, por todo lo que ello implica en términos de acceso a una oferta infinita de contenidos de todo tipo.

Por eso no sorprende, que según Jeremy Finch, un colaborador de la revista Fast Company, los Z –al menos en Estados Unidos– han desarrollado una serie de mecanismos para lidiar con este mundo que los bombardea de mensajes, entre ellos –agárrense–, un filtro de ocho segundos. Sí, una manera de valorar cualquier cosa que se les presenta de tal forma que en ese tiempo deciden si es de su interés o no lo que tienen por delante. Saben que la oferta es mucha y el tiempo poco, así que aprenden a discriminar con qué se quedan y con qué no.

Más allá de otras supuestas características, este rasgo me parece central para entender lo que viene para todos los que nos dedicamos de alguna u otra forma al campo de la comunicación, que somos muchos más de los que a simple vista parece. ¿Qué implicaciones tendrá para la docencia, para la comunicación política, para el mundo de la publicidad? Incluso habría que preguntarse por los posibles efectos para las relaciones personales.

Si nos ponemos dramáticos podríamos pensar que la comunicación se va empobrecer, que todo tenderá al entretenimiento, al estímulo de los sentidos, al contenido sin profundidad; pero si resistimos a la tentación de pensar que todo pasado fue mejor, quizá nos encaminemos a una comunicación más centrada en el otro, sin tantos rollos, enfocada en lo importante, en lo que conecte, en lo que trasciende. El tiempo dirá, pero por lo pronto, vaya desafío el que ya se asoma por el horizonte.

( Mario Campos)